sábado, abril 29, 2006

Como cuando era niño

Creo que muchas cosas no han cambiado desde que era niño. No ha cambiado mucho mi cara (aunque mucha gente no me identifica en las fotografiaas cuando estaba mas joven), mis ojos. Mi cabello no ha cambiado en lo absoluto, excepto en su grosor. Los coches me siguen gustando; aunque ahora no juego con ellos, ahora se sobre ellos. Me sigue encantando el patinar, el correr. Sigo usando lentes, aunque ahora sean de contacto. Me sigue encantando la nieve de limón, el helado de chocolate, de menta y de crema irlandesa, los chocolates y la Coca-Cola. Sigo comiendo dulces enchilados y tamarindos. Las papas fritas siguen llevando salsa Valentina y limón. El limon sigue invadiendo los caldos mas exquisitos, obteniendo sabores ácidos. Mecano sigue gustándome, al igual que Flans y Timbiriche. Creo que sigo siendo un niño. Ve las fotos y dime si es cierto
Atodos los niños de corazón: ¡FELIZ DIA DEL NIÑO!.

Me picaron las nalgas.!!!

Así es, fui agredido en mi santo trasero por los malditos mosquitos que me asediaron, gracias a este pinche calor que se esta sintiendo en el centro del país. Anoche me acoste, y, segun yo, iba adormir con mis boxers y una sabana. Pero el calor no me dejó dormir. Primero me quite la sabana de encima, y ni así se sintió una mejoria. Abrí la ventana y empezo a despejarse el ambiente. Intente dormir... Y no pude... Conte ovejitas.... Y no pude... Prendi la luz y acabe de escuchar uno de mis programas de radio... Y no pude.... Desesperado, tome la última alternativa: quitarme mis boxers. En la mañana desprte con una roncha en la nalga derecha. Era enorme. Ya me puse pomada, y ya bajo la inflamación. Ya por lo menos me puedo sentar...
Eso me pasa por caliente.... ¡¡Ah, no, por caluroso!!

Platica con un fan

Ante el plantón que me dió un amigo, y aprovechando el tiempo libre para hacer algo que quería hacer, ayer en la tarde conocí a Jorge, un Fan de mi blog, y de ImoqLand.
Nos citamos cerca de su trabajo, en un Sanborns que esta en avenida Insurgentes, cerca del WTC.
Platicamos sobre todo, desde mis posts hasta como dió con mi blog. El me cuenta que es ingeniero, egresado de la ESIME, escuela del Instituto Politecnico Nacional.
Hombre de sangre ligera y plática amenísima; apasionado de su trabajo, hay veces que no se da tiempo ni para vivir, cosa de la que dió cuenta hasta hace poco, cuando leyó algunos de los blogs que aparecen el el blogroll de Imoq. "Me pregunté: "¿Y yo, cuando voy a vivir?"", me comento ayer en un momento dado.
Despues nos acompañamos parte del camino, hasta el metro San Lázaro. De ahi me desvie a casa.
Realmente, valio la pena que nos conocieramos.

viernes, abril 28, 2006

Los secretos de una tarde nublada

Tarde. Tarde nublada. Tarde de lluvia. Tarde gris, triste para unos, para otros, como yo, ezxcesívamente sensual, cachonda.
Tarde en la que los sentidos y los sentimientos se magnifican: La vista, el oido, el tacto. El amor, el odio, el rencor.
Tarde, como la del dia en el que yo naci. Tardes asi ha habido en casi todos mis cumpleaños, tardes felices.
Tardes de reflexión, tardes de algunas lagrimas, tardes en las que he decidido cuiestiones de importancia sobre mi vida
Tardes de pasión, tardes de sexo, que he compartido con el hombre que ha sido mi amor en ese momento
Tardes de tareas, de trabajos, de proyectos academicos, en las que el constante golpear de las gotas ayuda a concentrarme
Tardes infinitamente bellas.

Dos perros

Estaban corriendo en el campo de beisbol vacio, vigilando que nadie entrara. Era de mañana, serian las 10 de la mañana de una mañana calurosa. Uno de ellos, negro, parece ser una cruza de labrador. El otro, un pastor aleman, tambien cruza.
Ellos jugaban, retozaban alegremente por el campo. Pero la primavera, que a nadie deja en paz, siempre llena todo de un ambiente excesivamente erótico. Y de pronto, ocurrió: El labrador se montó sobre el pastor aleman, y este, un poco mas grande y mas fuerte no hizo nada por defenderse, ni siquiera se movió. Dos perros machos, fuertes, nutridos, estaban copulando, no importando que hubiera una hembra cerca, la cual solo los observaba. Ellos, que se supone deberían de estar peleando por penetrar a la hembra se montan de manera impetuosa, animal, salvaje. Y despues de esto, juguetean, y se lamen, como dandose un tierno beso.
Muchos diran que es la primavera, y que es ocasional. No lo creo, pues tenían una hembra cerca, y despues de copular entre ellos no le hicieron caso, ni a ella, ni a otra que estana algo lejos. A mi nadie me puede decir lo contrario; yo los vi. Ellos son gays.

jueves, abril 27, 2006

Feliz cumpleaños!!!!

El dia de ayer, cumplo un año de estar publicando en la blogosfera. En total llevo 318 post, entre la direccion anterior y esta...
Estoy muy contento, ya un año de estar publicando cosas...
Es increible, realmente.
Feliz 1er aniversario, rincon!!!!!!

miércoles, abril 26, 2006

Soledad

Estoy leyendo de tarea "el laberinto de la soledad", de Octavio Paz. Es un exclelente libro el cual habla de la idosincracia del mexicano, y anteriormente ya habia hablado de el. Sin embargo, lo estoy acabando de leer en estos momentos, por tarea.
Esto viene a colacion, porque menciona la idosincracia mexicana, que el mexicano es solitario por naturaleza, y que no tenemos raiz. Y me he puesto a analizar a la sociedad mexicana, y veo, lamentablemente, que es cierto. Repudiamos a nuestros origenes, sea el pasado aborigen, las culturas precolombinas; sea el español, rico en vision, progresista; seal el colonial, resultaro de la dominacion del segundo por el primero.
¿Realmente es tanto el resentimiento del pueblo mexicano hacia sus antepasados que no lo queremos ver?
Al menos en mi caso, puedo responder que no, creo que gracias a estos pasados es en donde estamos ahora, sea esto para bien o para mal, y realmente, creo que habemos mas mexicanos que comparten mi forma de pensar. Me gustaria pensar que somos la mayoriiay que trabajando todos juntos, lograremos que mi nacion crezca.

martes, abril 25, 2006

Primeras pruebas del Mazda MX-5 en Mexico

Antes de la presentación de cualquier modelo, las marcas realizan evaluaciones que procuran satisfacer al máximo las necesidades de los futuros clientes. AUTOMOVIL Panamericano atestiguó en exclusiva las del Mazda MX-5 antes de que llegue a las agencias.
En este medio he escuchado infinidad de ocasiones la pregunta ¿por qué no traen tal o cual coche a México? Con la cantidad de modelos que existen en nuestro país, tal vez se ha perdido la dimensión de lo difícil que le resulta a las marcas “traer” un nuevo vehículo. Para poner en perspectiva esta ardua labor, le pedimos a Mazda que nos invitara a atestiguar las pruebas de validación del MX-5. Pero, ¿por qué probar? México es un país con exigencias muy particulares. El primer reto para cualquier armadora que quiera vender coches aquí son las condiciones topográficas, el segundo –y no por ello menos importante- el uso y abuso de los conductores mexicanos: usar los frenos demasiado, acelerar intempestivamente, no hacer los servicios oportunamente, cruzar baches y topes con rapidez, etcétera, etcétera...
En contraste, en sus mercados de origen, los autos ruedan sobre calzadas más lisas, y están sometidos a menos maltrato. Durante su desarrollo, cada uno de los componentes del MX-5 fueron probados individualmente, ya sea por los proveedores y/o por la marca; luego, se ensamblaron prototipos con los cuales se experimentó el comportamiento de dichas piezas trabajando en conjunto y, después, mediante recorridos extenuantes se evaluaron algunas unidades en condiciones extremas.


En México, las pruebas se dividen en dos: las que buscan la satisfacción de los clientes y las de homologación, que son necesarias para el gobierno (consumos de combustible y niveles de emisiones). Las del primer tipo son de una relevancia primordial para las marcas, debido a que su buena realización tendrá como consecuencia una imagen favorable ante los compradores y, por consiguiente, ante el resto del público.
El objetivo es comprobar que se han alcanzado los lineamientos originalmente planeados para algún modelo, por ejemplo, rendimiento, consumos, insonorización, “manejabilidad” y calidad de marcha, entre muchos otros. En el caso de Mazda, el cumplimiento de los atributos se comprueba con la participación de los departamentos de ingeniería, ingeniería de producto (que no son lo mismo), planeación de producto, evaluación de vehículos y hasta de mercadotecnia.
Pues bien, para la evaluación de atributos del MX-5, nos incorporamos al equipo en esta, que es la última fase. La prueba consistió en un recorrido que comenzó muy temprano con dos MX-5 y un Mazda 6 de apoyo, a través de los estados de México, Morelos y Guerrero, el cual es muy exigente, y saca a relucir los defectos de cualquier coche. “Las subidas de Cuernavaca hacia Tres Marías se combina con la temperatura en ascenso de los sistemas y a la gasolina adulterada que se vende en rumbos cercanos a Guerrero, produciéndose grandes cantidades de gases.
Si algo funciona mal, el olor a gasolina será inevitable, pero esto será lo de menos, ya que el motor se va a jalonear y hasta puede apagarse”, nos dijo Claudio Arango. Las anteriores experiencias de Mazda hicieron mucho más fácil afinar este auto, ya que los cambios necesarios que fueron detectados en los modelos 3, 5 y 6, también se incluyeron en el MX-5.
De todas formas, los ingenieros pidieron un radiador de mayor capacidad y neumáticos diferentes a los antipinchazos, que restan algo de confort debido a que son más pesados. Sería imposible satisfacer las exigencias de todos los clientes, pero estas pruebas garantizan que un 95% de los usuarios no tendrán problemas de ningún tipo con sus coches. Lo ideal sería hacer coches indestructibles con rendimientos fenomenales, pero esto es imposible a un costo moderado.
Como es de suponerse, el buen funcionamiento de un automóvil le conviene en primer lugar a las armadoras, ya que un cliente feliz será fiel a la marca y hablará bien de ésta. Si usted se pregunta ¿qué hacen las marcas con los prototipos de pruebas?, esta historia no tiene un final feliz: su inevitable destino es la destrucción, ya que después de tantas pruebas y alteraciones, no son del todo confiables y sería muy costoso dejarlos como seminuevos.
Luego de reportar los cambios y darle un “OK” final al modelo, en el momento que usted lea esta nota, la fábrica del MX-5 en Japón ya habrá ensamblando los varios vehículos que vendrán a México, los cuales tendrán las modificaciones necesarias para soportar nuestro territorio y a sus exigentes pobladores.

Mazda presenta el CX-7


Este lunes Mazda presenta en Washington, DC, su nuevo vehículo CX-7, un SUV de tamaño mediano específicamente diseñado para el mercado norteamericano, que con todo el lujo y comodidades disponibles a bordo, ofrece espacio para cinco pasajeros, con tracción integral y 244 HP que llegará a nuestro país en el cuarto trimestre del 2006.

El CX-7 será la competencia de la Nissan Murano y el Tribeca de la recién llagada Subaru. Contará con 6 versiones, tres FWD y tres AWD, las 6 con motor DSI Turbo de 2.3 litros y transmisión de 6 velocidades sport automatic. Los pecios en EUA van de los $23,750 a los $28,000 USD en la versión más equipada.

Al mismo tiempo, Mazda, nos da la oportunidad de manejar el MX-5, un convertible que es la tercera generación del ya conocido Miata. Este hermoso biplaza, competirá de lleno contra el Pontiac Solstice y seguramente hará pensara a más de uno en que auto comprar.

El nuevo BMW Serie 3 Coupé


El estilo individual tiene ahora una nueva expresión. Con este nuevo auto de dos puertas, producto de un desarrollo específico, BMW consigue establecer pautas nuevas en relación a elegancia, calidad y confort.
El nuevo Serie 3 Coupé se estrena mundialmente con el primer motor sobrealimentado Twin Turbo de seis cilindros en línea, con sistema de inyección de alta precisión y bloque de cilindros completamente de aluminio. La potencia del propulsor de 306 CV del 335i Coupé redunda en un aumento del par motor y de la capacidad de aceleración, aunque no del consumo. También las demás variantes que se pondrán a la venta en septiembre de 2006 son el 330i Coupé con 272 CV, el 325i Coupé de 218 CV y el 330d Coupé de 231 CV.
Después se agregarán otras variantes con motores de seis y cuatro cilindros. Se ofrece con una caja manual de seis velocidades, aunque se puede adquirir una nueva caja automática también de seis marchas. Otra novedad es el sistema inteligente de tracción total BMW xDrive que consigue que este coupé tenga cualidades de conducción extraordinarias sobre terrenos difíciles.
Para el coupé se desarrollaron específicamente la forma básica y los contornos, pero también la estética de los faros, la estructura y la forma de las calaveras, el diseño del habitáculo e, incluso, los espejos laterales. La larga distancia entre ejes, el habitáculo muy desplazado hacia atrás y la línea del techo baja y que termina suavemente hacia atrás determinan las formas alargadas del coche.
La parte delante es baja y deportiva gracias al perfil del cofre y a la configuración del faldón delantero y de los faros. La parrilla es típica y lleva de serie faros redondos bi-xenón que tienen conductores de luz circulares en forma de anillos, que se utilizan como luces de posición o luz diurna. También la estética de las calaveras con luces de diodos LED garantiza una percepción clara y una imagen inconfundible ya que están divididas en dos secciones y se extienden hasta la tapa de la cajuela.

En el interior el tablero de instrumentos predomina las líneas horizontales, y las superficies de la consola central y de los recubrimientos laterales le confieren al habitáculo un ambiente ligero y dinámico. La parte superior del tablero de instrumentos esta orientada hacia el conductor, mientras que el acompañante tiene fácil acceso a los mandos del climatizador, del sistema de audio y del navegador. Las manillas de la puerta y la palanca de cambios, son de metal de cuidadoso acabado.
El vehículo hace el 0 a 100 km/h en 5.5 segundos y su capacidad de recuperación entre los 80 y los 120 km/h es de 6.2 segundos. La velocidad punta es de 250 km/h limitada electrónicamente. El consumo promedio según norma UE es de 9.5 litros de gasolina a los 100 km. Con tracción trasera y una distribución del peso sobre los ejes en proporción de 50:50, el nuevo Serie 3 Coupé cumple las condiciones ideales para un dinamismo óptimo.
El sistema de frenos de alto rendimiento cuenta con discos de gran tamaño rines de aleación de 17 pulgadas combinados con neumáticos de 225/45R17 tipo runflat, por lo que pueden seguir utilizándose durante un máximo de 250 km aunque hayan perdido completamente la presión Su eficiencia aumenta con las innovadoras funciones del sistema de control dinámico de la estabilidad DSC que regula el ABS y, además, asegura la estabilidad en caso de agarre deficiente.
El sistema de control dinámico de los frenos (DBC) aplica automáticamente una mayor presión en el sistema de frenos cuando es necesario. También el sistema de control de frenado en curvas (CBC) es parte del DSC. BMW es el primero en el mundo que equipa sus modelos adicionalmente con un indicador continuo de desgaste, con lo que siempre se está informado sobre el estado real de las pastillas de los frenos. El sistema integrado de control de la estabilidad ASC optimiza la capacidad de tracción activando los frenos que empiezan a patinar sobre suelo resbaladizo.

La activación de la modalidad DTC (control dinámico de la tracción) consigue que la activación de los frenos se produzca más tarde. Además, el sistema de indicación de ponchaduras (RPA) controla ininterrumpidamente la presión de los neumáticos y advierte al conductor sobre perdidad de aire. Los ocupantes están protegidos individualmente con sistemas de retención que son controlados centralmente y que están coordinados entre sí.
Los airbag frontales para las caderas y tórax, los de tipo cortina y los laterales para las cabezas, los tensores de los cinturones de seguridad y los limitadores de tensión se activan por la electrónica de seguridad con sus diversos sensores. Así como es larga la lista del equipo de seguridad, también lo es la de confort. Los excelentes asientos son envolventes y sujetan bien a sus ocupantes.
Las manijas de las puertas, el anillo de la palanca de cambios, los reguladores de las rejillas de entradas de aire y el volante deportivo forrado de piel, están provistos de una superficie cromada de color gris aperlado. Dado que el nuevo Serie 3 Coupé fue concebido como coche de cuatro plazas, el confort de los asientos posteriores se acentúa mediante la consola central. Dependiendo de las preferencias del cliente, dicha consola central posterior puede tener vanos portaobjetos, cenicero, rejillas adicionales de salida de aire y luces para iluminar la zona de los pies.
La cajuela tiene un volumen de 440 litros con lo que es el más amplio del segmento. También los espacios abatibles que se encuentran en los recubrimientos interiores de las puertas ofrecen un espacio considerable permitiendo, además, ocultar los objetos para que no se aprecien desde fuera del coche.

Y colorin colorado...

El problema de la calificacion se ha acabado. Estoy feliz porque ya estoy en tercer trimestre, como debe de ser, y ya se arreglo lo de mi B, asi que no habra ningun problema.
Les cuento:
El dia de ayer pague la inscripcion, gracias a una prorroga que logre sacar el viernes. Tambien logre hablar otra vez con la profesora, la cual no admitio deltodo que se equivoco, perose comprometio a revisar la calificacion. Esto despues de llorar conmigo, y decirme sus problemas conyugales (por cierto, siempre me ha tocado de hacer de paño de lagrimas). Despues hablamos con el coordinador de division, y me dijo que eso se veia hoy a las 11:00. Pues a esa hora llegue, y ya me asig naron mi salon, y mis profesores. De verdad que estoy contento, porque ya no tengo que repetir trimestre.
De nuevo paz y tranquilidad. Y mas clases

sábado, abril 22, 2006

Las confesiones de L

Hoy platique con L. Ya habiamos hablado despues de que tronamos en diciembre, todo via MSN. Pero hoy fue diferente, lo senti un poco mas tierno, raro. El se siente mal por como me termino, esto porque hoy dije algo que no debi de haber dicho, pues no queria herirlo, y fue lo que provoque. El me sigue queriendo y yo tambien, aunque ahora ya como amigos.
Me invito a salir hoy, pero no puedo, tengo que llevarle un texto a un amigo.
Me senti contento de que uno de mis ex me diga que me quiere, sobre todo proque es alguien a quien quiero neto.
Gracias, L, pr sincerarte conmigo!!
Te quiero.

Monstruos del Id: Sexo gay, psicoanálisis y la vida interna de la homosexualidad masculina

Por David M. Halperin

¿Qué es lo que quieren los hombres gay?

Según las más recientes novelas gay, los hombres gay sólo quieren que los abracen. Según algunos escritos sobre la prevención del VIH/sida , los hombres gay de hecho quieren ser matados. Y según los estudios más importantes en investigación gay y lésbica… bueno, la mayor parte de los estudios importantes no tienen nada que decir con respecto a este tema.
El silencio que emana de los estudios gay y lésbicos en el tema de la subjetividad gay no es accidental. El movimiento de liberación gay de los años 60 y 70 pudo haber tenido sus raíces ideológicas en el Marxismo-Freudiano, y pudo haber entendido que sus batallas estaban dirigidas en contra de la represión psíquica tanto como la opresión política. Pero el tipo de estudios gay y lésbicos que emergieron en Gran Bretaña y Norteamérica durante los años 80 no tenía gran interés en explorar las preguntas de la subjetividad gay y lésbica. Esto es en parte porque los estudios gay y lésbicos habían sido poderosamente afectados por la crítica de Michel Foucault sobre la liberación sexual (1976) y por su comprobación de que la lucha contra la represión psíquica a veces hasta reforzaba el mismo régimen de sexualidad y poder que aspiraba derrocar. El análisis de Foucault de las relaciones entre la sexualidad y el poder definió un abordaje radicalmente político hacia la sexualidad, un abordaje adecuado para las necesidades de la resistencia gay y lésbica de los años 80, cuando el ascenso de la Nueva Derecha y la epidemia de VIH/sida se combinaron para devastar a las comunidades homosexuales y borrar muchos de nuestros arduamente-obtenidos logros sociales.
Foucault también ofreció el único abordaje teórico a la sexualidad con suficiente sustancia y originalidad para competir con el psicoanálisis y brindar una importante alternativa intelectual dentro del campo de estudios de la sexualidad. Dado que el psicoanálisis lleva rato participando en la patologización de la homosexualidad, no es de sorprender que tanta de la investigación en temas lésbicos y gay y teoría queer que tomo su primera inspiración, y extrajo tantos de sus axiomas críticos de Foucault.
Cuando Foucault declaró que “el entero arte de la vida consiste en matar a la psicología,” estaba expresando un punto de vista que compartía con muchos gays y lesbianas en los años 70. Ellos, cómo él, habían pasado vidas enteras tratando de deshacerse del peso abrumador de la psicopatología. El problema con matar a la psicología, sin embargo, era que por más de cien años la psicología, y posteriormente el psicoanálisis, había proporcionado el principal acceso a la verdad de la subjetividad humana. Matar a la psicología en ese contexto significaría cerrar todo acceso a la categoría misma de subjetividad gay, encajonándola como un objeto de investigación gay, lo que haría imposible preguntar, y mucho menos contestar, a la pregunta, “¿Qué quieren los hombres gay?”
Ese, en efecto, era el punto – lograr un mundo seguro para gays y lesbianas enfocándose en la categoría políticamente correcta de “identidad” gay, y evitar entrar en los inquietantes y desprestigiantes detalles de la “subjetividad” gay.
Pero, ¿qué tal si la psicología no fuese la única ruta de acceso a la verdad de la subjetividad? Aún durante el período de su hegemonía, la psicología y el psicoanálisis fueron acompañados por una tradición alternativa, tal vez no una tradición consistente tanto como un impulso persistente, visible en el trabajo de un número de escritores gay. En sus diferentes maneras, Walter Pater, Oscar Wilde, André Gide, Marcel Proust, Jean Genet y Roland Barthes, todos intentaron imaginar y representar la subjetividad humana sin recurrir a la psicología. Y como se vuelve más claro en su trabajo más tardío, el mismo Foucault difícilmente estaba intentando imponer una censura en toda investigación hacia “la hermenéutica del sujeto”: Este, después de todo, es el título que le dio a sus conferencias en el Collège de Francia en la primavera de 1982. Al contrario, Foucault estaba desafiándose a sí mismo, y a nosotros, a encontrar rutas para abordar la subjetividad que no fueran a través de la psicología o de las ya cansadas categorías conceptuales del psicoanálisis.
¿Cómo encontrar maneras de pensar acerca de la sexualidad sin necesariamente o automáticamente recurrir a la psicología y el psicoanálisis? Ese es el gran desafío al que nos enfrentamos en estos días cuando tratamos de pensar acerca de la sexualidad después de Foucault. La pregunta no es ¿qué nuevas teorías de la sexualidad podemos inventar después de Foucault?, ni tampoco ¿cómo nos podemos liberar de la tiranía conceptual de Foucault? Nuestras mentes apenas están empezando a moverse alrededor de Foucault. La pregunta crítica es cómo podemos penar en la sexualidad más adelante que o fuera del psicoanálisis, y cómo pensar en la subjetividad sexual sin la psicología.
Si hubiese alguna duda acerca de la necesidad política urgente de encontrar maneras de explorar la subjetividad masculina gay independiente de la psicología y el psicoanálisis, se disipa con una mirada al discurso periodístico contemporáneo acerca de por qué los hombres gay tienen sexo desprotegido o arriesgado. Considera un artículo escrito por el Dr. Richard A. Friedman en el New York Times, publicado el 24 de septiembre de 2002 intitulado “Una pista acerca de por qué los gays juegan ruleta rusa con el VIH.” Citando un estudio presentado en la 14ava Conferencia Internacional de VIH/SIDA en Barcelona, que encontró que de un grupo de hombres gay y bisexuales seropositivos entre 15 y 29 años, el 77 por ciento no estaban conscientes de haber sido infectados con el VIH a pesar de que supuestamente participaron en comportamiento sexual que los pudo haber expuesto al virus. El Dr. Friedman pregunta, “¿Cómo puede uno explicar un comportamiento tan potencialmente fatal y auto-destructivo?...¿Por qué alguien conscientemente se expone a una infección potencialmente letal?” Respondiendo a su propia pregunta, el Dr. Friedman, basándose en el trabajo de su tocayo (pero no pariente), el Dr. Richard C. Friedman, psiquiatra de la universidad de Columbia, que encuentra una causa de este “comportamiento peligroso” en “un fenómeno llamado homofobia internalizada,” que ambos doctores Friedman presentan como “un común y muchas veces serio problema psicológico en hombres y mujeres gay que yace en la raíz de muchos comportamientos auto-destructivos, incluyendo sexo arriesgado.”
Lo que encuentro informativo de este artículo no es la mirada que nos pretende ofrecer dentro de lo que llama “un aspecto” de la vida sexual gay que ha “evadido las explicaciones” hasta ahora: “la “homofobia internalizada” ya dejó de ser noticia desde hace más de 30 años, y su invocación meramente sirve para proveer una cubierta políticamente aceptable para la continuada e insistente asociación de los hombres gay con la psicopatología. (¿Etiquetaría el New York Times de “sexismo internalizado” a las mujeres heterosexuales porque a veces juegan ruleta rusa con el embarazo? Es una idea interesante, pero no creo verla expresada muy pronto en el New York Times.)
Lo que si muestra el artículo es que el tema de sexo desprotegido provee una muy rara oportunidad para la discusión pública de lo que quieren los hombres gay, de qué ocurre en la vida interna de la homosexualidad masculina. El artículo también dramatiza la necesidad de un contra-discurso de la subjetividad masculina gay – no una rama de psicología más amable con lo gay que le preste atención a los abrumadores efectos de la homofobia (ya que esto es parte del problema) sino un discurso enteramente libre de la manchada oposición de la psicología entre lo normal y lo patológico.
Esto es precisamente lo que Michael Warner intentó hacer en un ensayo brillante, ambicioso y ya olvidado en el número de enero de 1995 del Village Voice, llamado “Inseguro: Por qué los hombres gay tienen sexo arriesgado.” (Voy a pasar mucho tiempo contándote acerca de éste). Alarmados por las indicaciones de que entre 30 y 60 por ciento de los hombres seronegativos en los Estados Unidos, especialmente hombres gay jóvenes, practicaban regularmente coito anal sin protección y con parejas cuyo estatus VIH-serológico era desconocido o se sabía positivo, Warner y otros activistas de la prevención temían que “los niveles de infecciones explotarían” y desenlazarían una “segunda oleada” de la epidemia de VIH/sida entre hombres gay. (Esto de hecho no ocurrió, pero era razonable que Warner y los otros se preocuparan en ese momento). Para el invierno de 1994-95, era claro para Warner y los otros que las guías establecidas para el comportamiento sexual gay masculino que habían sido realizado diez años atrás en los Estados Unidos con la meta de parar la transmisión de VIH, ya no estaban logrando contener los complejos asuntos prácticos y éticos a los que se enfrentaban los hombres gay. Porque en ese momento – es decir, en el intervalo entre el colapso de la esperanza de la eficacia terapéutica de largo plazo del AZT y la emergencia de terapias anti-virales más efectivas que combinaban inhibidores proteasicos – los hombres gay estaban teniendo que hacer lo que parecían ser cambios definitivos y permanentes en sus vidas sexuales bajo la presión de una amenaza incansable de infección letal. Bajo esas condiciones, una estrategia de prevención diseñada para eliminar todos los riesgos de transmisión de VIH, que era y hasta hoy continúa siendo la única y ampliamente difundida estrategia de prevención de VIH/sida en los Estados Unidos, inevitablemente fallaría catastróficamente. Esto es porque la eliminación de riesgo es virtualmente imposible de sostener en el largo plazo, y es probable que resulte en lapsos periódicos altamente riesgosos. De acuerdo con esto, Warner sugirió una re-evaluación radical de las estrategias estadounidenses de educación y prevención dirigida a hombres gay y, como un esencial primer paso hacia esa meta, imploró que se formara “una mejor cultura de discusión”. Luego, en una movida confesional, valientemente se presentó a sí mismo como el primer ejemplar, incorporado en el problema urgente para resolver entre los hombres gay. Por que él, en dos ocasiones recientes, había tenido relaciones sexuales anales sin protección, a pesar de conocer bien los riesgos.
Una confesión tal fue realizada deliberadamente para exponer el juego de la subjetividad gay a la mirada sin estorbos del escrutinio público. Warner estaba muy consciente de la necesidad de proteger, si es posible, a los sujetos homosexuales de los juicios normativos, y de nuestra psicoterapéutica cultura. Por esto, buscó construir un relato del comportamiento sexual arriesgado de los hombres gay que des-individualizaba, des-psicologizaba y des-personalizaba la práctica de participar en sexo arriesgado, y emergió con una serie de explicaciones para ello que hacían énfasis en los factores impersonales.
Así es como lo hizo: Mirando más allá de los clichés pop-psicológicos como “culpabilidad del sobreviviente” o “homofobia internalizada,” Warner localizó no tanto en sus psiques, sino en el mundo social de los hombres gay, la fuente de lo que parecía ser comportamiento incomprensible o auto-destructivo. Warner hizo énfasis en tres factores que pueden contribuir a la disponibilidad de hombres seronegativos para tener relaciones desprotegidas: “profunda identificación con hombres positivos, ambivalencia acerca de la supervivencia, y el rechazo a la vida normal.” (Warner dedicó más tiempo a estos temas, siento mucho no poder hacerle justicia a sus argumentos en este texto.) Más allá de esos factores, que tenían que ver con la particularmente difícil y desesperada situación de los hombres gay en los Estados Unidos de los mediados de los años 90, Warner también añadió consideraciones más generales. Mencionó las viejas asociaciones de sexo con muerte, “en parte por su sublimidad” e invocó a Kant como garantía de la opinión que “no hay sublimidad sin peligro.” Suplementó esos temas filosóficos con algunas reflexiones prácticas y pertinentes acerca de las posibilidades sistemáticas de señales mixtas en la comunicación sexual entre hombres gay.
Warner no abandonó totalmente los factores psíquicos, pero los asoció con la situación específica social y emocional de los hombres gay. Sugirió que “el atractivo del sexo no normativo, para muchos, resta en la habilidad de violar los cuadros responsabilizantes de las personas buenas y bien-pensantes.”
Los esfuerzos de prevención del SIDA que invocan al buen ciudadano en nosotros no logran su cometido. Si nos importara tanto ser buenos ciudadanos, no estaríamos teniendo tanto sucio sexo gay – o divirtiéndonos tanto en el camino. Las estrategias de prevención del SIDA que ignoran el intenso deleite anti-social del sexo no normativo, lo hacen a costa de sus vidas, y las nuestras. Lo que necesitamos confrontar, más allá de las prácticas sexuales, es la estructura afectiva de la subjetividad del hombre gay, formado por experiencias sociales de rechazo y vergüenza, y pulsando con impulsos a la transgresión, que la imperativa política del orgullo gay nos ha hecho renuentes a describir y explorar.
Pero, ¿es posible entender la estructura afectiva de la subjetividad gay masculina sin recurrir al psicoanálisis? Warner lo intentó, aún invocando la noción del inconsciente. Si en sí, la naturaleza transgresiva del sexo no normativo encuentra su expresión en el riesgo, y si el riesgo añade a la sublimidad del sexo, entonces, argumenta, “la búsqueda de sexo peligroso no es tan simple como la mera búsqueda de mociones fuertes, o la auto-destructividad. Puede representar un pensamiento profundo y principalmente inconsciente acerca del deseo y las condiciones que hacen la vida digna.” A pesar de la retórica de profundidad psíquica, Warner he hecho crea distancia entre su relato de sexo arriesgado y el psicoanalítico. La frase clave aquí es “pensamiento inconsciente.” El Id freudiano no piensa, mucho menos piensa “acerca de las condiciones que hacen la vida digna.” Eso suena como una reflexión tradicional ética de un tipo casi Kantiano acerca de los valores apropiados y la definición de la buena vida. El inconsciente psicoanalítico no es un filósofo Kantiano.
Lo que Warner tiene en mente aquí es su muy cuidadoso relato de los decididamente no-psicológicos factores que pueden contribuir a que hombres gay seronegativos estén tan dispuestos a participar en sexo arriesgado – esto es, su “profunda identificación con hombres positivos, ambivalencia acerca de la supervivencia, y rechazo de la vida normal.” Los hombres gay puede que no estén conscientes de que actúan desde esos motivos: en ese sentido, esos motivos son inconscientes. Pero son inconscientes no porque provienen de impulsos inaccesibles a la conciencia; son inconscientes simplemente porque los actores sexuales que son animados por estos motivos no están conscientes de ello. Los hombres gay no son exactamente irracionales, por esas razones. Actúan más bien por razones especificables – o por compromiso a ciertos valores – que no siempre están a su alcance en reflexión conciente, explícita y deliberada, sino que emergen de las ambivalencias no resueltas en sus vidas, de lealtades sistemáticamente divididas, de experiencias no racionalizadas o no analizadas de contradicción social. Warner logra proveer una respuesta “más profunda” a la pregunta de por qué los hombres gay tienen sexo arriesgado, y lo hace extendiendo su relato no-psicoanalítico, no-normalizante de la subjetividad masculina gay.
Pero Warner no logra sostener su esencialmente social análisis de la subjetividad gay masculina. Al final, alineó su noción social, colectiva, no psicoanalítica del inconsciente con la más francamente psicoanalítica concepción invocada por Douglas Crimp. “La mayor parte de la gente sólo tiene la psicología pop para pensar acerca del sexo,” cita Warner a Crimp. “Sólo si puedes reconocer que tienes un llamado inconsciente puedes admitir que haces cosas auto-destructivas sin sentirte culpable.” Lo que Crimp llama “un inconsciente” es muy diferente de lo que Warner llama “pensamiento principalmente inconsciente,” ya que la idea de Warner se refiere a un entramado no reconocido, inexplícito, que navega las contradicciones sociales y éticas en el mundo del individuo, mientras que Crimp se refiere a la entidad psíquica teorizada por Freud: Crimp lidia con el inconsciente no como la ausencia de riguroso análisis social e institucional, como Warner, sino como una fuerza psíquica independiente, como cuando observa, sentenciosamente, que “no nos damos cuenta de lo poderoso que es el inconsciente.”
Como Warner, Crimp quiere evitar el personalizar el sexo arriesgado: si hace énfasis sobre el poder de los impulsos inconscientes que los seres humanos no pueden controlar o siquiera entender, eso es para quitar la culpa a la aparentemente defectuosa psicología de los individuos, que de otra manera se tendrían que hacer responsables de sus fallas internas – como con los fáciles acusaciones patologizantes de “auto-destructividad” ú “homofobia internalizada”- y otra vez se encuentren responsabilizados y culpabilizados por su comportamiento. La estrategia aquí es utilizar el psicoanálisis para liberar a los hombres gay de la psicología, de una cultura psicológica de culpa, para promover el tipo de diálogo abierto acerca del sexo, el riesgo, y el VIH/sida que pueden generar nuevas y más efectivas estrategias de prevención. Porque si sólo nos sintiéramos culpables como individuos, dice el argumento, no querremos admitir que asumimos riesgos, y esa negación inhibirá fatalmente la comunicación cándida y honesta acerca del comportamiento sexual en el que en realidad participamos y en los grados de riesgo que estamos colectivamente listos para admitir. Un reconocimiento psicoanalítico de la fuerza del inconsciente, en contraste, nos permitiría aceptar nuestras acciones y asumirlas sin necesariamente asumir la culpa individualmente, o quedarnos atorados en un estado incapacitativo de culpa por ellas, y facilitaría un diálogo honesto y constructivo. Se cita a un hombre gay activista del SIDA diciendo, “si no puedo hablar honestamente acerca de lo que significa para mí tener la verga de un tipo metida en mi culo o lo que se siente que se venga en mi boca, no puedo ni imaginarme lo que me costaría dejar de hacerlo.”
Pero a pesar del esfuerzo riguroso para prevenir que conceptos psicoanalíticos funcionen como “un tipo de herramienta para establecer la inteligibilidad de un dado placer sexual y, por lo tanto, medirlo en términos de normalidad,” como lo dijera alguna vez Foucault. Crimp y Warner ultimadamente no quisieron o no pudieron evitar los efectos patológicos de su elegida estrategia interpretativa. Desde el comienzo del artículo, Warner coquetea con un modelo de motivación humana que representa las acciones individuales como los efectos superficiales de impulsos psíquicos subterráneos y generalmente inaccesibles: “¿Qué hace que algunos hombres cojan sin protección cuando deberían de saber las consecuencias?,” pregunta. La misma forma de la pregunta ya asume algún tipo de principio separado de causación y compulsión en el sujeto masculino gay, una división potencialmente aterrorizante en la identidad del sujeto. Warner ultimadamente revela la identidad del principio ingobernable con una imagen impresionante: “Me avergoncé tanto de lo que había hecho que parecía que no había sido mi elección. Un misterio, pensé. Lo hizo un monstruo.”
Este no es un comentario casual ni descuidado. Warner insiste en la imaginería de posesión demoníaca como una manera de articular la experiencia de la alteridad interna, el sentido de ser posesionado por fuerzas incontrolables, irracionales y destructivas, desde dentro del ser. Cuando encuentra que su pánico al haberse arriesgado a infectarse una vez no es suficiente para prevenirlo de volver a tener relaciones desprotegidas con la misma pareja, recurre a la metáfora anterior: “La próxima vez que vi al mismo hombre, pensé en tomar precauciones, pero supe por la emoción tremenda que mi monstruo estaba a cargo.” Dado su gusto por las alegorías de películas de segunda, no es de sorprender que se represente a sí mismo diciéndose, en el idioma de las cintas adolescentes de terror, “Ten miedo. Ten mucho miedo.”
El monstruo de Warner no es una metáfora psicoanalítica en la primera instancia tanto como una descripción fenomenológica: se busca explicar cómo Warner sintió la experiencia de actuar en contra de su más sano juicio; Figura el impulso de la rebelión anti-social que reside en el placer que sienten los hombres gay al contravenir las normas de la sociedad y las suyas mismas. Pero también se sombrea con alegorías freudianas, implicando que el sexo arriesgado no es un asunto del ego y que permanecerá incomprensible mientras que persistamos en identificar el ser con el ego – mientras nos rehusemos a reconocer la fuerza del inconsciente. Sólo un modelo de la subjetividad masculina gay que permite fuentes de la motivación en el sujeto otras que el ego puede acomodar una verdad tan desagradable: “La abyección continua siendo nuestro sucio secreto.” La abyección, entonces es de lo que tenemos que hablar, cuando hablamos acerca de qué significa tener metida la verga de otra persona en nuestro culo o tener a alguien que se venga en nuestras bocas. Necesitamos admitir nuestro placer en el rendirnos, rendirnos a otras personas y a los impulsos dentro de nosotros. Y necesitamos hacerlo sin juicio, sin tener que castigarnos por nuestro débil ego, por nuestra falta de auto-estima, o por algún otro tipo de fracaso distintivamente psicológico.
Ahora, ¿significa esto que tenemos que comprometernos con un modelo de la interioridad? ¿Sólo el psicoanálisis nos permite encontrar el sentido de nuestras motivaciones, que explore el atractivo de la abyección? Todo depende en como entendemos “abyección.” Julia Kristeva le dió a esa idea un giro psicoanalítico, pero la abyección no es un concepto operativo ni en Freud ni en Lacan. Tiene un pedigree impecable en el pensamiento francés, pero ese pedigree no es psicoanalítico: es gay. Como tal, ofrece una alternativa gay al psicoanálisis. Por lo que quiero decir algo al respecto.
La abyección nos remonta de Kristeva a Sartre, quien la hizo el foco de su extensa meditación en la fenomenología social de la homosexualidad en Saint Genet. De allí, puede ser trazado de regreso a Genet mismo, quien la usaba ocasionalmente a través de sus escritos tempranos, comenzando con su primera novela, Nuestra Dama de las Flores, en 1942, pero quien luego la hace un leitmotiv de su obra maestra de 1949, El Diario de un Ladrón. Genet mismo tomó la idea de la abyección del trabajo de su conocido Marcel Jouhandeau, un escritor derechista, católico gay, quien parece haber derivado el término de la espiritualidad cristiana, y para quien la homosexualidad servía de vehículo para experimentar, en una perversa imitación de Cristo, el odio del mundo. Jouhandeau catalogó las vicisitudes sociales a las que lo orillaba su deseo homosexual en un extraordinario, influyente y ahora-olvidado libro, publicado en 1939, llamado De l’abjection. Yo debo esta genealogía de la abyección al reciente trabajo de Didier Eribon.
Para Jouhandeau, la abyección es un concepto social más que psicológico. Esto está claro desde el título del primer capítulo del libro, “En la presencia de los Otros.” Comienza, “A veces soy víctima de una incomprensión, de una aversión espontánea por parte de hombres, aún de extraños, que termina relegándome a permanente exilio. Algunas personas encuentran mi presencia en esta tierra sospechosa, y su actitud hostil me regresa a mi Secreto. Pero nada me exalta más seguramente que la reprobación.” Después de unas 150 páginas de este tipo de cosas, consistiendo en historias fragmentadas de salirse del closet, pedazos de teología perversa, aforismos, ensueños eróticos, y plegarias, viene un capítulo final, llamado, “Elogio de la abyección,” en el que Jouhandeau celebra los efectos transformadores aún si agonizantes de la humillación social. Se dilata en la “felicidad de ser objeto de abuso,” en la “revelación” que resulta de los “insultos y desdén público.” “Uno posiblemente ya no es la persona que pensaba ser, que uno conocía ser.” Va a descubrir “felicidad en todo lo que me aísla, que me “humilla.” Esta felicidad no es simplemente un placer en el rendirse y la auto-degradación, aunque también hay eso; es más bien lo que podríamos llamar una estrategia existencial de supervivencia. Como dice Jouhandeau, “yo soy como una persona a quien alguien le tiene agarrado por los pelos y quien, no deseando dar esa apariencia, actúa como si estuviese recibiendo una caricia.” La perversión puede llevar a la dirección opuesta de la santidad, pero procede por un camino paralelo.
Eso, por supuesto, es el gran tema de Genet. Desde su trabajo más temprano, Genet celebraba la habilidad espiritual del ser abyecto para sobreponerse a la experiencia social de la humillación y transformarla, a considerable costo personal, en una exaltación perversa. Piensa en la famosa escena al final de Milagro de la Rosa, en donde un grupo de niños en un reformatorio de Mettray atormentan a otro niño tomando turnos escupiéndole a distancia hacia su boca abierta. Asumiendo ese “exceso de horror,” Genet se apropia de la posición de sujeto del niño perseguido y narra el incidente como si desde su propia perspectiva: “Hubiera tomado muy poco transformar este atroz juego a uno caballeroso, para que en vez de escupitajos, hubiera sido cubierto con rosas…recé a Dios que doblara un poco Su intención, hacer un movimiento en falso para que los niños, ya no odiándome, me amaran.” En la medida que se acercan los niños, en la medida que su excitación asesina crece, su víctima logra una gravedad exaltada: “Ya no era una adúltera a punto de ser apedreada sino un objeto empleado en un rito de amor. Yo deseaba que me escupieran más, con más gruesas viscosidades.” La transmutación alquímica de la humillación social hacia la glorificación erótico-religiosa no es un asunto de psicología aquí, excepto en el sentido trivial que ocurre en la vida interna del individuo: es una respuesta social a la degradación, una bien lograda resistencia existencial a la experiencia social de ser dominado. Es menos un asunto de triunfo sobre tus adversarios que un proceso de hacerte inencontrable por aquellos que te destruirían – a través de descubrir en el mismo proceso de rendirse y de humillación, los medios eróticos y espirituales para tu propia transformación y transfiguración. Así es como funciona la abyección, según Genet. La palabra en sí no ocurre dentro de este pasaje de Milagro de la Rosa, tal vez porque al momento de su composición en 1943 Genet todavía no había leído el tratado de Jouhandeau “Acerca de la abyección”. Para el elaborado y explícito tratamiento sobre la abyección, necesitamos ir hacia las primeras secciones de El Diario de un Ladrón, un trabajo que consiste en un diálogo extendido entre la vergüenza y el orgullo.
Es aquí donde Genet describe la experiencia de la abyección que lo confrontaba con la necesidad existencial de sentir un amargo placer en la humillación, de glamorizarla, de glorificarse locamente en ella, ya que esa era la única manera que podía resistir sus efectos destructores del alma. Viviendo indigente en España como pordiosero y prostituto, a la edad de 20 años, Genet conoció lo que llama “la majestuosidad de la abyección… A pesar de que no te pueda describir su mecanismo, por lo menos puedo decir que lentamente me forcé a considerar que esta miserable vida era una necesidad elegida. Nunca intenté hacer de ella algo más de lo que era, no la traté de adornar, de enmascarar; Quería afirmarla precisamente en su sordidez, y las más sórdidas muestras para mí se volvían muestras de grandeza.”
Como ejemplo, Genet cuenta la historia de cómo fue arrestado por la policía que vació sus bolsas y encontró un tubo medio usado de vaselina - y mentolada, además. “Así es que ¿te la metes por la nariz?” se burla el oficial de policía, lanzando una ronda de burlas generales, en la que Genet participa lastimeramente. “Entre los elegantes objetos tomados de las bolsas de hombres que habían sido arrestados durante la redada, el tubo de vaselina era la muestra de la abyección en sí misma, el tipo de abyección que uno toma las mayores precauciones para esconder, y sin embargo el símbolo de una gracia secreta que pronto me salvaría del desprecio. Cuando me encerraron en una celda, y en cuanto pude elevar mi humor suficientemente como para recuperarme de la miseria de mi arresto, la imagen de ese tubo de vaselina nunca me abandonó. Los policías la habían blandido enfrente de mí para presumir su venganza, su odio, su desprecio. Pero ¡mira nada más! Ese objeto sucio y miserable, cuyo propósito parecía a todo el mundo (incluyendo los musculosos policías) ser completamente vil, se volvió para mi extremadamente preciado.” En contraste con muchos objetos que Genet señala con particular ternura, no estaba rodeado en sus ojos con una aureola de belleza: “simplemente estaba allí, en la mesa, un tubo de vaselina pequeño, gris plomo, opaco, roto y lívido,” cuya correspondencia con todos los mobiliarios comunes de la cárcel lo hubieran deprimido, si no hubiera evocado para él “la preparación de tantos gozos secretos,” si no se hubiera vuelto tan seguido “la condición de mi felicidad…acostado en la mesa, era una pancarta anunciándole a las legiones invisibles mi triunfo sobre la policía. Yo estaba en una celda de detención. Sabía que toda la noche mi tubo de vaselina estaría expuesto al desprecio de un grupo de fuertes, guapos y fornidos policías, una Adoración de los Magos invertida…. Sin embargo, estaba seguro de que este enclenque y sumamente humilde objeto estaría a la altura; por su mera presencia, podría exasperar a toda la policía del mundo.”
¿Cómo podría esta tradición de reflexión gay de abyección ofrecer una alternativa significativa al psicoanálisis para el propósito de prevención de VIH/sida? Michael Warner nos había pedido que consideráramos la posibilidad que la abyección podría ser la verdad secreta pero no reconocida del sujeto masculino gay y que la razón por la cual algunos hombres gay practican sexo arriesgado podría ser que la posibilidad de ser infectados con VIH los conecta con el placer que reciben en la transgresión y la degradación; por lo tanto produce un estremecimiento irresistible en ellos. Supongamos que Warner tiene razón. ¿Qué conclusiones podríamos derivar de este diagnóstico? La respuesta depende en la manera que entendemos la abyección. Si, por un lado, la abyección se refiere a algo profundo en la estructura psíquica de la homosexualidad que causa que hombres gay busquen su propia aniquilación, esa idea – por muy interesante o repugnante en sí misma – parece tener poco uso práctico para la prevención de VIH/sida, excepto en la medida que explica por qué fracasan los esfuerzos de prevención: fracasan porque son fútiles, porque los hombres gay, a menos que sean salvados por la terapia, en verdad (inconscientemente) quieren ser matados. Si, por el otro lado, la abyección le pone nombre a la situación social que nos fuerza, para sobrevivir, a resistir la aplastante carga de la vergüenza, a adquirir placer de nuestra exclusión de la escena de pertenencia social, y de alguna manera, transmutar el rechazo hacia la glorificación, entonces la abyección parecería tener algunos usos vitales. Con esta última interpretación, la abyección no representaría un muy oscuro o profundo secreto, del tipo que sólo el psicoanálisis puede revelar, sino un fenómeno social observable, cuyas implicaciones para la prevención de VIH/sida esperan una cuidadosa deliberación. Después de todo, la genialidad del sexo gay – y no sólo del sexo gay – reside precisamente en su habilidad de transmutar experiencias desagradables de degradación social hacia experiencias de placer. En vez de preocuparnos acerca del atractivo sexual de la humillación para los hombres gay, entonces, y preguntarnos sobre qué haremos al respecto, lo que realmente deberíamos de estar haciendo es pensar concretamente acerca de cómo movilizar el poder transformativo de la abyección, cómo hacerlo que trabaje para nosotros.
La cultura gay tiene una larga historia de hacer uso productivo de la abyección. El mero título de la legendaria revista de los años 90, “Dumb Bitch Deserves to Die” (“Perra pendeja merece morir”) de Bruce LaBruce, habla elocuentemente de la ingenuidad de la cultura gay en la conversión de la abyección infligida por VIH/sida hacia un potente recurso de desafío social. El truco es sacar un relato no-patológico de la abyección, y eso significa, en el caso de abyección masculina gay, un relato no psicoanalítico. Sólo un relato no psicoanalítico de la abyección puede lidiar con la especificidad del atractivo de la abyección para los hombres gay sin atribuirles como grupo una condición psíquica defectuosa. Si, por ejemplo, pensamos en la abyección no como el síntoma de un impulso inconsciente hacia la auto-aniquilación sino como un estímulo hacia el ingenio social y sexual, como un motivo para extraer placer intensificado de la experiencia del dolor, miedo, rechazo, humillación, desdén, vergüenza, brutalidad, ira, disgusto, o subyugación, entonces no tenemos razón alguna para creer que la abyección es más particularmente responsable por la disponibilidad que tienen los hombres gay para tener sexo arriesgado que ninguno de los otros factores que Warner enumera, o que eso pone a los hombres gay en un riesgo particularmente elevado de contraer VIH, o que eso hace de los hombres gay insensibles a la educación de VIH/SIDA – y no necesitamos a los psicoanalistas para que nos ayuden a lidiar con ello. Necesitamos teóricos sociales y activistas como Warner y Crimp que nos ayuden a reflexionar sobre su poder y sus peligros. El mismo Crimp una vez argumentó, después de todo, que era nuestra propia perversidad la que nos salvaría del VIH/ SIDA, enseñándonos nuevas modalidades de placer. El ejemplo de Genet parecería apoyar esta declaración.
Warner tenía razón, entonces, al insistir en la necesidad de incorporar consideraciones de la subjetividad gay en las estrategias de prevención de VIH/sida; su esfuerzo nos debería de inspirar para llevar a cabo ese proyecto al mismo tiempo que nos advierte en contra de la conceptualización de la vida interna de la homosexualidad masculina en términos psicoanalíticos, especialmente cuando existen alternativas gay. Es posible reconocer los placeres que obtienen los hombres gay en el rendirse sin decretarles un profundo deseo de ser aniquilados o imaginarlos como poseídos, como la raza perdida en Forbidden Planet (El Planeta Prohibido), por monstruos del Id. Y eso debería facilitarnos el hablar abiertamente entre nosotros acerca de la fascinación de la abyección, porque ahora no tendremos que preocuparnos si esa conversación parecerá patologizante o punitiva. Más importante, sin la posibilidad de regresar a lugares comunes de la teoría psicoanalítica, no podremos evitar las duras, y específicas preguntas acerca de por qué algunos de nosotros, aquí, ahora, asumimos riesgos en nuestras prácticas sexuales. No podremos tan fácilmente ignorar los factores específicos, contingentes, históricos, como la gran falta de un discurso oficial en los Estados Unidos y un estándar comunitario de reducción de riesgo de VIH/sida, y las particulares, catastróficas consecuencias de la estrategia miedosa, poco realista y anticuada de eliminación de riesgo. Y entonces tal vez podamos elaborar algún tipo de acuerdos comunes acerca de cómo integrar nuestras complejas relaciones hacia el riesgo para lograr prácticas factibles de reducción de riesgo de VIH/sida. El verdadero desafío de la prevención de VIH/sida, en resumen, sería el exigir no un esfuerzo psicoanalítico para identificar y descubrir nuestros más profundos impulsos, sino la inteligencia colectiva para ser más listos que el virus y el valor para sobreponernos a la vergüenza acerca de los placeres abyectos que de hecho disfrutamos. La inhibición que debemos atravesar, en otras palabras, no es psíquica sino social. Esa es la razón por la que Warner decidió romper los tabúes sociales y publicar ese artículo en el primer lugar.
“¿Cómo podemos exitosamente combatir el SIDA sin comprender el atractivo de la auto-inmolación sexual y el enorme rango de reacciones defensivas a ese atractivo?” Esto me parece el desafío práctico que nos deja el ejemplo de Michael Warner. La formulación que acabo de citar, sin embargo, no es un llamado a pensar ya sea no-psicoanalíticamente o prácticamente acerca de cómo parar el SIDA. La pregunta no es de Michael Warner sino de Tim Dean, y para su eterna vergüenza no es una pregunta práctica sino retórica, diseñada para rechazar cualquier intento de prevención de SIDA que no esté psicoanalíticamente informado: “¿Cómo podemos exitosamente combatir la epidemia de VIH/sida sin comprender el atractivo de la auto-inmolación sexual?” Las preguntas urgentes, me parecen a mí, son las exactas opuestas: no sólo ¿cómo, específicamente, podemos combatir la epidemia de VIH/sida sin tratarla como un síntoma de un supuesto impulso de muerte, un impulso de muerte que de alguna manera se vuelve peculiar propiedad de hombres gay y personas viviendo con VIH/sida, pero también, ¿cómo una estrategia de prevención que si se enfoca en “el atractivo de la auto-inmolación sexual” puede producir algo útil como una iniciativa educacional? En todos los escritos que conozco que insiste en nuestra reconciliación con el impulso de muerte como la única manera realista de confrontar las profundas causas de la transmisión de VIH, no puedo pensar en una propuesta concreta o práctica para parar la epidemia que haya sido presentada con esta base. La utilidad del impulso de muerte parecería ser el opuesto del que típicamente afirman: lejos de ser lo más importante que tendríamos que considerar para parar la diseminación del VIH/sida, parecería que el VIH/sida se ha vuelto la consideración más necesaria de críticos psicoanalíticos para armar una teoría factible y persuasiva del impulso de muerte. No son los activistas de la prevención quienes necesitan el impulso de muerte para parar la epidemia: son los teóricos psicoanalíticos quienes necesitan la epidemia para hacernos creer en el impulso de muerte.
Y esa es otra razón que tenemos aquellos que deseamos encontrar otras maneras de pensar en el sexo, el placer, la sexualidad y la subjetividad después de Foucault, para resistir el dominio del psicoanálisis.

(Traducción: Jessica Kreimerman Lew, 22-08-04)

Democracia sexual

Por: Eric Fassin

Al menos en Francia, y en todo caso hasta fecha muy reciente, la “democracia sexual” aparece como una figura de retórica, como un oxímoron. Desde el siglo dieciocho, en la tradición liberal, ¿ la propia política no se construye acaso sobre las premisas de una división entre dos esferas muy distintas, una pública y otra privada? ¿Y acaso la retórica republicana, que renace en Francia a propósito del Bicentenario de la Revolución, no funda el laicismo sobre esta división erigida como valor fundacional? Sin embargo, más que seguir pensando en una historia inmóvil, que definiría la democracia a partir de principios intemporales, conviene tal vez hoy emprender una reflexión sobre el proceso de democratización. El imperio democrático no está para siempre definido –al menos ése es el punto de partida de las reflexiones siguientes: sigue siendo redefinido y su lógica sigue desplegándose. Dicho de otro modo, habrá que interrogarse sobre la extensión del campo de la democracia.

Las dos esferas

Sin duda el feminismo es el que primero plantea la cuestión del perímetro democrático. Por un lado, y de entrada, porque la Revolución francesa define lo que con la filósofa Genevieve Fraisse podríamos calificar de “democracia exclusiva”: la exclusión de las mujeres en el principio de la República nueva. Cuando el círculo se cierra de nuevo, lo hace instituyendo la diferencia de los sexos como una distinción natural que funda la discriminación política. Para las feministas, no se tratará así solamente de ampliar el círculo de la ciudadanía, para añadir electoras a los electores, elegidas a los elegidos, sino de apoyarse en esta diferencia para negarla, y así politizar lo que justificaba su exclusión de la política. Es el dilema de Olimpia de Gouges, durante la Revolución quien se manifiesta contra una sociedad que sólo desea conocerlas como mujeres: del mismo modo, la historiadora Joan Scott lo muestra bien: las feministas sólo “ofrecen paradojas”. “En resumen, desde el origen, la República aparece ya “generizada”, es decir, marcada lentamente por el género.
Pero hay todavía más. Y es que en una segundo tiempo al feminismo se le conduce no sólo a sexuar la política, sino a cuestionar la división entre las dos esferas, pública y privada. En efecto, si por ejemplo el feminismo liberal norteamericano, encarnado por Betty Friedan, pretende arrancar a las mujeres de la jaula dorada de la vida doméstica para abrirles en particular el mundo del trabajo, es preciso constatar rápidamente que los obstáculos para esta liberación no se limitan a la esfera política: los mecanismos de poder se juegan desde un inicio en la intimidad. Dicho de otro modo, para tomar el lema más célebre del feminismo norteamericano: “lo personal es político”, y es en la vida concreta, en lo más cercano y no en alguna abstracción lejana, donde nace la política. Así, no sólo la política es sexuada, sino también, de vuelta, el sexo es politizado.
Este vuelco se acompaña además de un desplazamiento. En efecto, en su retorno a la vida privada, la cuestión sexual ha cambiado de sentido –o mejor, se ha ampliado: el sexo remite siempre y sin duda al género, pero también, y al mismo tiempo, a la sexualidad. Indudablemente partimos de una cuestión sexuada, que tiene que ver con la presencia de las mujeres en la política. Sin embargo, esta cuestión se nos presenta nuevamente en la intimidad, por supuesto sexuada, pero también y desde ahora sexualizada. Pensemos para la época más reciente, en los debates franceses sobre la paridad: se trataba efectivamente, en un primer tiempo, de sexuar la política –las críticas formuladas ya durante la Revolución, actualizadas hoy por gracia del Bicentenario. Y a cambio comenzamos a interrogarnos más sobre las normas que rigen el espacio doméstico, con la división de las tareas, y también sobre las violencias, sexuadas y a veces sexualizadas, que laceran la intimidad. Es por ello que con justicia podemos jugar con la ambigüedad del lenguaje, en francés como en inglés, al abordar los asuntos sexuales, que tienen que ver a la vez con la sexualidad y con el género.
No podemos así limitarnos a pensar de modo separado los dos tiempos de este movimiento, y concentrarnos únicamente en la sexualización de la vida política, o en la sola politización de la esfera privada –como lo hace, por ejemplo, Anthony Giddens. El sociólogo inglés habla de la vida personal como de una democracia, transponiendo todos los criterios de ésta a aquella.: autonomía individual e igualdad de parejas, participación y deliberación, etc. Es incluso eso lo que definiría la intimidad moderna de las relaciones “puras”, es decir, las que escapan a las determinaciones institucionales o que más bien las rebasan. De cualquier modo, la “democratización de la vida personal”, según él, “no se desarrolla en la arena pública”. En otras palabras, las dos esferas siguen pensándose en paralelo, como si los debates públicos no tuvieran eco en la intimidad, y como si el espacio público no se reflejara en las negociaciones privadas.
Por el contrario, es en la interacción de estas dos esferas donde éstas se revelan una a otra permeables, lo que nos gustaría tomar aquí como objeto de estudio. Así en Francia y en otras partes, el debate en torno a las uniones del mismo sexo se sitúa claramente en la articulación de las dos esferas, pues lo que está en juego es el reconocimiento público de formas de organización de la vida privada. Pero si todos han podido medir el impacto de esta transformación de la intimidad, con las batallas en torno a la legitimación de lo que se ha convenido en llamar el “matrimonio gay”, será preciso interrogarse sobre los efectos correspondientes de los debates políticos sobre la negociación erótica, no sólo en términos de normalización (como se dice en ocasiones, ya para lamentarlo, ya para regocijarse de ello), sino también de invención (la ley podría así abrir espacios de redefinición normativa). En suma, la democracia sexual se juega en este vaivén entre las dos esferas, hasta hoy entendidas sobre todo en su separación, incluso en su competencia.

Politización y democratización

¿De qué modo esta politización, con su doble movimiento de sexualización de la política, y de politización del género y la sexualidad, participa de una democratización de las costumbres? Por un lado, la idea no es muy novedosa, pues encontramos ya su formulación en Tocqueville. Democracia en América propone en efecto una reflexión en dos tiempos sobre el movimiento democrático. Si el primer volumen se centra en la esfera pública, con la organización de la sociedad política norteamericana, el segundo se concentra en la esfera privada y en las formas de la vida doméstica. Los capítulos sobre el padre y los niños, sobre la joven y la esposa, y los de las relaciones entre hombres y mujeres, bosquejan el cuadro de una democratización de las costumbres: el principio de igualdad atraviesa de un lado a otro la intimidad de las parejas y de las familias.
Por otro lado, ¿acaso la politización de los asuntos sexuales no ha sido denunciado en Francia, y particularmente entre los autores cercanos a Tocqueville, reagrupados en torno de la revista Le Débat? Es justo a partir de 1989 cuando los partidarios franceses del liberalismo, a quienes antes entusiasmaba Norteamérica, comienzan a enarbolar el espantajo estadounidense de la “guerra de los sexos”: las “pasiones democráticas” animarían con un igualitarismo para ellos excesivo un movimiento considerado “políticamente correcto”, y de modo singular “sexualmente correcto”, con los paralelos entrecruzados de los movimientos feministas y homosexuales. No sólo la “guerra de los sexos” (y de las sexualidades) pondría en peligro al erotismo, supuestamente ajeno por naturaleza a la política, sino que la política misma sería amenazada. En efecto, demasiada democracia mataría a la democracia, y la ampliación del campo democrático marcaría el ocaso, cuando no el fin, de la democracia.
A nuestros liberales ya no les inquieta tanto, como sucedía con Richard Sennett, la “tiranía de la intimidad”. En un ensayo histórico clásico, el sociólogo norteamericano analizaba, no la democratización de la vida privada, sino, por decirlo de algún modo, la privatización de la democracia. Para este otro lector de Tocqueville, la modernidad traería consigo “la caída del hombre público” –dicho de otro modo, la escena privada suplantaría al espacio cívico. Es una tiranía suave: nos dejamos seducir por los encantos de la personalización y de la sicologización. Y evocamos por contraste la experiencia urbana, dado que la dinámica cívica es primeramente la de la ciudad, pública e impersonal. A partir de ahí, y comenzando por Jimmy Carter, los avatares de la política norteamericana no debían tranquilizarlo: la noción norteamericana de “carácter”, que habría de calificar al hombre político, como en el caso de George W. Bush, quien superó su alcoholismo (o descalificarlo, como en el caso de Bill Clinton, quien no pudo dominar sus pulsiones sexuales...), es hoy algo central en una nueva cultura política, menos cívica y más personal.
Por su parte, los liberales franceses no temen tanto la despolitización como la politización. Y es que la “tiranía de las minorías” tendría como efecto para estos neo-tocquevillianos, como por otro lado lo tuvo para Tocqueville la figura inversa de la “tiranía de las mayorías”, señalar en la democracia “un amor más ardiente y más durable por la igualdad que por la libertad”. Dicho de otra manera, y no sin alguna paradoja, el liberalismo francés se construiría así sobre el rechazo de la democracia al estilo americano, demasiado ávida de igualdad como para no sacrificar tarde o temprano el amor de la libertad. Para estos autores, la politización de las cuestiones sexuales tiene que ver sin duda con una lógica de igualdad democrática: las mujeres o los homosexuales, para sólo hablar de las minorías sexuales, no terminarían nunca de reivindicar derechos fundados no en un deseo de libertad, sino en una exigencia de igualdad. Peor aún: la igualdad se construiría sobre las ruinas de la libertad, y se tomaría el ejemplo privilegiado del acoso sexual, cuya represión prohibiría el “libertinaje” a la francesa; dicho de otro modo, se mataría el deseo y con ello su libertad incondicional. En suma, la democracia sexual marcaría el colapso de la democracia.
Paradójicamente, tenemos la sensación de que una generación intelectual forjada en reacción contra el “pensamiento 68”, tomó a cuenta suya, sin percatarse y sin incorporar las críticas, una de sus categorías, con mucho, la más problemática: la sexualidad pensada en efecto a partir del binomio formado por la represión y la liberación. Los liberales desean así presentarse como los nuevos defensores de la liberación sexual, en contra de los nuevos censores, que según ellos serían, ya no los guardianes del orden moral, sino los militantes que abogan por las causas feministas u homosexuales. En reacción contra los partidarios de la igualdad, supuestamente americanizados, se esbozaría la alianza improbable de los liberales franceses --que pese a todo aprendieron a oponerse al legado revolucionario francés--, con los libertarios, quienes se sienten herederos legítimos de mayo 68, y también con los conservadores, quienes se oponen totalmente a toda dinámica de progreso sexual.

Libertad e igualdad

¿Es acaso éste el sentido de nuestra actualidad sexual? Sin duda así lo harían pensar los debates que ocupan un primer plano de la escena pública. Pensemos en las controversias acerca de la pornografía o la prostitución: más allá de los polemistas que sólo logran confundir la preocupación por la seguridad y la nostalgia de pudores viejos, las feministas se dividen bruscamente en torno de dos polos: lo igualitario y lo libertario. Mientras unas vilipendian la inferiorización de las mujeres instrumentada por la sexualidad en las representaciones y aún más en las prácticas, otras se indignan con el daño a la elección autónoma de las mujeres que indudablemente traería consigo prohibición y represión. Encontramos la misma discrepancia en las polémicas sobre el acoso sexual y la violencia hacia las mujeres. Es cuestión de igualdad, dicen unos; es cuestión de libertad, responden otros. A través de la dominación masculina, lo que está en juego es la sexualidad de las mujeres: si los primeros denuncian la victimización como una violencia ejercida contra su deseo, los segundos acusan a la postura victimaria que impediría representar al sujeto deseante en femenino.
Sin embargo las cosas se complican, y esto lo apreciamos mejor partiendo de otro ejemplo: los debates recientes acerca del velo islámico. En el enfrentamiento de partidarios y adversarios de la ley, ¿no reivindicaba cada uno la igualdad? Mientras unos señalaban el confinamiento de las mujeres musulmanas, los otros denunciaban la exclusión de las jóvenes estigmatizadas –es decir, los dos rostros de la discriminación que domina en los “barrios”. Al mismo tiempo, ¿ no reivindicaba también cada uno la libertad? Si unos se presentaban como los defensores de las mujeres obligadas a portar el velo, los otros deseaban ser los voceros de las mujeres dueñas de su elección. En suma, la violencia de la polémica tiene sin duda mucho que ver con el hecho de que se afrontaban, no sistemas de valores distintos, sino opiniones divergentes sobre valores comunes: no libertad contra igualdad, sino una y otra expresadas de modo distinto. Y tal vez esta lectura podría llevarnos a releer las otras controversias: quienes defienden el derecho a prostituirse piensan ciertamente en una libertad de igualdad, mientras que quienes denuncian las violencias hacia las mujeres no sólo ven en ellas una desigualdad, sino una privación de libertad.
En lugar de oponer así la libertad y la igualdad --a la manera de dos partes en una disertación universitaria de filosofía, ideal para seducir por su sencillez en el espacio mediático de la vida intelectual, sin por ello pretender construir la síntesis--, podemos intentar rechazar la alternativa que se nos propone. No estamos condenados a escoger entre la libertad y la igualdad. De hecho la exigencia igualitaria –tenga que ver con el orden de los sexos o con la jerarquía de las sexualidades, y desemboque por ejemplo en la paridad o en el pacs-- nos invita a cuestionar las normas que organizan la desigualdad. No se trata de emancipar al género y a la sexualidad para descubrir la naturaleza del sexo, sino de cuestionar la construcción política de las normas. Dicho de otro modo, no se trata ya de liberación, sino de una mirada crítica. Y es que la reivindicación de igualdad conlleva una desnaturalización de las normas de la cual participa. En lugar de seguir apareciendo “normales”, éstas se revelan como “normadas”: al perder en evidencia pierden en poder.
Precisamente en ello se abre una libertad, o más precisamente un margen de libertad. No imaginemos por supuesto que esta politización significa el tránsito de un universo normativo de sujeción a un mundo de individuos autónomos liberados de las normas. La democratización no implica de modo alguno un vuelco de la sociedad holística hacia el individuo emancipado –ilusión social que la sociología, a la manera de Norbert Elias, puede por lo demás tomar como objeto, más que como herramienta. La democratización no se resume a una individualización. En cambio, es la naturaleza del dominio de las normas la que se transforma desde el momento en que éstas no se imponen ya con la evidencia de la naturaleza de las cosas. Nuestra actualidad sexual libera así la posibilidad de una distancia reflexiva: las normas dejan de ser transparentes, y por ser desde ahora visibles, se vuelven pensables, discutibles, criticables, negociables. Es en este sentido que podemos hablar de normas democráticas: están expuestas, y por ello sometidas a la interrogación y a la deliberación. En suma, las normas sexuales son democratizadas.
Si es cierto que en los enfrentamientos actuales un campo y otro desconocen la articulación de estas dos lógicas, no es menos cierto que ignorándolo sin duda, ellos mismos forman parte de esta transformación democrática. Las polémicas mediatizadas son la vertiente pública del ingreso de las normas en la deliberación, la cual ocurre al mismo tiempo en la intimidad, bajo la forma de negociaciones no menos políticas. Encontramos entonces en nuestra actualidad la doble cuestión: libertad e igualdad. Pero en lugar de que estos principios definan a priori los combates políticos, se vuelven sus significados –dicho de otro modo, son las deliberaciones, públicas o privadas, las que definen hoy a posteriori lo que significarán “libertad” o “igualdad”. Los discursos y las prácticas confieren sentido a estos términos abstractos: estos valores, con la tensión que los confronta y unifica a un mismo tiempo, encarnan en contextos históricos que les dan sentido. Contribuimos a definir las normas que nos definen: ése es hoy el significado de la democracia sexual.

Las normas sin trascendencia

La lógica democrática afecta entonces las normas –no sólo en su contenido (por una exigencia de igualdad), sino también, y de modo no menos radical, en su estatuto (teniendo por efecto una posibilidad de libertad). Lo que así se cuestiona es todo fundamento trascendente del orden normativo. En una sociedad democrática, las normas no son ya dadas por Dios, la Tradición o la Naturaleza, ni siquiera por la figura moderna de la Ciencia, que algunos quisieran ver relevando a las autoridades antiguas. De hecho las leyes no han sido fijadas de una vez por todas: se trata de un orden provisorio y contingente, susceptible de revisiones por estar sujeto a la deliberación. En suma, el orden social se revela histórico: a las normas no se les define ya de manera trascendente, sino en la inmanencia.
Esto también es cierto, ya lo hemos visto, para los propios principios democráticos: ni la libertad ni la igualdad quedan fijadas de una vez por todas, de acuerdo a alguna definición trascendente. Estos valores cobran sentido de manera inmanente, en los contextos en los que actúan y en la práctica. Una perspectiva así permitiría por lo demás retomar de nueva cuenta la cuestión del laicismo, en términos distintos a los que han prevalecido en las controversias sobre el velo islámico. En efecto, la postura que apela a la tradición republicana, ¿no consiste acaso en colocar el laicismo como un principio que trasciende a la historia, y no como un valor inmanente que cobraría sentido en contextos históricos específicos? En resumen, ¿el laicismo no funciona hoy en Francia como una invocación ahistórica de la historia?
Más que seguir definiendo al laicismo como la separación del registro público y el privado, ¿no conviene más pensarlo desde ahora como una crítica de las definiciones trascendentes del orden social –del cual las religiones sólo son modalidades? En otras palabras, no basta con invocar a la República para haber integrado la lógica democrática de definición de las normas, la cual supone deliberar sobre sus propios fundamentos. Y en las polémicas sobre el velo, del mismo modo que la Ciencia invocada como autoridad suprema, incluido el discurso religioso durante los debates sobre el matrimonio gay y el pacs, el laicismo planteado como valor intemporal bien podría no ser otra cosa que una retórica de la modernidad que ignora sus dinámicas sociológicas.
Queda por comprender de qué modo la democracia sexual no sólo es un ejemplo entre otros en el proceso de democratización que se extiende por nuestras sociedades, sino más bien una figura privilegiada: ¿acaso las cuestiones sexuales no se han vuelto asuntos centrales, y ya no periféricos, no sólo en Francia, sino en todo el mundo –trátese de la jerarquía de las sexualidades o de la igualdad entre los sexos, del matrimonio gay o de las violencias contra las mujeres? Podemos aventurar la hipótesis de que el orden sexual está en el centro de las batallas actuales justamente porque aparece como el último refugio de una representación inmutable del orden de las cosas. La politización de las normas sexuales es la última frontera del combate democrático, debido justamente a la ilusión naturalista que sigue imponiéndose cuando hablamos de sexo, como si el cuerpo mismo no fuera un objeto político.
No sorprende entonces que el Vaticano confiera tanta importancia al orden sexual: lejos de ver en él una aberración política, como si el asunto sólo fuera anecdótico, conviene entender, con la socióloga Daniele Hervieu-Léger, que las autoridades religiosas han percibido con lucidez que ahí se juega hoy la posibilidad misma de una definición trascendente del orden de las cosas. Y es por ello que el psicoanálisis (lacaniano) y el catolicismo (romano) erigen juntos la figura del Padre mayúsculo, garante trascendente de un orden sexual ahistórico, en contra de los cuestionamientos al orden sexual antiguo, y en reacción a lo que Michel Tort ha llamado “el fin del dogma paterno”.

Democracia sexual y biopoder

El estatuto de las cuestiones sexuales en la actualidad democrática se aclara finalmente al confrontar la noción del “bio-poder”. Sabemos por Michel Foucault que hemos pasado de una sociedad definida por el derecho de “hacer morir” a la nuestra, que caracteriza el poder de “hacer vivir”, es decir, “un poder que se ejerce positivamente sobre la vida”. Y si el sexo ha cobrado una importancia tal “como apuesta política”, es porque se inscribe en entrecruce de dos ejes del “poder sobre la vida”, es decir, de las “disciplinas del cuerpo” y de la “regulación de las poblaciones”. De este modo, por ser “el hombre moderno un animal en cuya política su vida de ser viviente se cuestiona”, hoy “el poder habla de la sexualidad y a la sexualidad”.
Por un lado, la noción de bio-poder puede emparentarse a la de democracia sexual: y así como no es posible reducir la política sexual a una simple dimensión de la democracia, tampoco podríamos contentarnos con decir que el poder se refiere también a la vida. El sexo es una apuesta política privilegiada, en un caso como en el otro. Es entonces un mismo punto de partida el que define a la democracia sexual y al bio-poder. Sin embargo, las dos nociones difieren profundamente. Y en efecto, por otro lado, y por decirlo así, para la democracia --no sólo de libertad y de igualdad, sino también de deliberación--, estas perspectivas están ausentes en el análisis foucaultiano, donde se habla más bien de disciplina y regulación, y donde las resistencias sólo son esfuerzos por revertir la lógica del poder sobre la vida.
Esta divergencia entre los dos enfoques queda marcada sobre todo en la articulación entre las leyes y las normas. Para Michel Foucault, el vuelco moderno es también “la importancia creciente que asume el juego de la norma a expensas del sistema jurídico de la ley”. No es que la ley desaparezca, sólo se le piensa como uno de los aparatos reguladores de una sociedad normalizadora. En cambio, la hipótesis de la democracia sexual revierte la perspectiva. No es que la ley nos libere de las normas, eso lo hemos visto, sino que la politización abre más bien un espacio, a la vez más arriba de las leyes, gracias a los debates, y más abajo, en la apropiación de las formas jurídicas, espacio que permite ver las normas como tales, revelando su carácter normativo, aflojando así las tenazas de la tiranía normativa.
¿Habrá que oponer democracia sexual y bio-poder como dos versiones simétricas de la politización moderna de las cuestiones sexuales, una optimista (o liberal), otra pesimista (o radical) –la primera esbozando la historia de una emancipación, en tanto la segunda describe un proceso de sujeción? Las cosas no son tan simples: conviene en efecto enmendar las dos versiones, a la luz una de la otra. Por un lado, la perspectiva foucaultiana sobre el poder, incluido el bio-poder, no se limita a una perspectiva en términos de disciplina y de regulación: el desplazamiento que realiza el filósofo entre el primer tomo de su Historia de la sexualidad y los siguientes marca bien una modificación. El filósofo Michel Feher subraya así que a finales de los años setenta, “Foucault tratará de analizar las resistencias de algún modo ‘por ellas mismas’, y no sólo desde el punto de vista del poder que las suscita”.
La noción de gobernabilidad le permite pensar no sólo la asignación, sino también la invención normativa en el registro de la ética: a partir de ahora, “se trata para él de describir la génesis y anatomía de una resistencia observando las nuevas relaciones hacia sí mismos que los individuos que la provocan consiguen inventar a partir de los mecanismos de sujeción de que son objeto”. Es entonces cuando Foucault se vuelve hacia la cuestión de los modos de vida –por ejemplo, en materia de homosexualidad, como lo atestiguan algunas entrevistas en los últimos años de su vida. En suma, la distancia se reduce con los análisis en términos de “democracia sexual”, ya que en la perspectiva foucaultiana, al aparecer como tal (”normada” más que “normal”), la norma ya no se impone como un poder sin otras resistencias que las residuales o reactivas: en ambos casos se abre la posibilidad de invención, ya sea en el espacio de la ley o, de acuerdo con Foucault, fuera de la ley.
Por un lado, las seducciones de la democracia sexual no deben cegarnos sobre los usos normativos de esta noción, dado que el concepto es inseparablemente una consigna. En nombre de la modernidad sexual, es una nueva norma de la sexualidad la que en ocasiones se impone hoy, a la vez en las relaciones heterosexuales, por contraste con la representación en los medios franceses de las “ciudades” asimiladas a “ruedas de molino”, y de los “salvajes insociables” como primitivos sexuales, y en las relaciones homosexuales, cuando el matrimonio gay aparece para ciertos conservadores norteamericanos, deseosos de acabar con toda subversión sexual, ya no como una nueva opción sexual, sino como un modelo de “civilización” y, por ende, de “normalización”.
Este viraje de la democracia en exhorto de liberación se produce también en la escena mundial: la modernidad sexual es hoy un arma en las relaciones internacionales. La guerra contra Afganistán descubrió una justificación suplementaria en su propósito de liberar a las mujeres prisioneras de la burqa. En el momento de luchar contra el terrorismo, la democracia occidental amaneció con una exigencia feminista que otras posturas de la administración norteamericana, bajo George Bush, incluso en instancias internacionales (en particular en materia de aborto), volvían todo menos evidente. Sin duda no se trata (¿por el momento?) de exportar el matrimonio gay en un proyecto de modernización sexual expansionista. Pero el escándalo que provocó en Europa el proyecto de penalización del adulterio en Turquía muestra bien que la modernidad se impone como una norma en un proceso de occidentalización, del cual uno imagina además que podría tener efectos de rebote, incluso en Francia: ¿pues no se sigue invocando ahí el adulterio como una falta en los divorcios?
En resumen, en lugar de oponer el bio-poder foucaultiano a la idea de democracia sexual, tal vez sería más fecundo pensarlos de manera complementaria, como el anverso y reverso de una misma historia. Conocemos el equívoco que define, según Michel Foucault, el concepto de sujeción, condición de sujeción al mismo tiempo que condición de una subjetividad. Es este doble juego constitutivo de un “doble en el género” el que la filósofa Judith Butler toma como objeto en su análisis del sujeto sexual, a la luz de nuestra modernidad sexual. Es el doble juego del poder en el registro sexual: la asignación normativa es también la condición de una invención normativa. En el espacio que hoy se abre entre la norma y la ley, donde la ley participa de la confusión en las normas, convendría pensar juntos bio-poder y democracia sexual.

Traducción: Carlos Bonfil

Peugeot 206 CC a vapor

Tiene la potencia de 15 autos Bugatti Veyron. Su aceleración produce 5G.

Incluso nosotros, que estamos acostumbrados a que los tuneros a cada rato nos sorprendan con inventos que parecen imposibles, dudamos que tal hazaña pudiera ser cierta. Pero Pascal Dragotto ha demostrado una vez más que no hay límite para el ingenio.
Y no es para menos, porque este inventor mandó a volar bielas, pistones, válvulas y todos los desarrollados conocidos a partir de que Karl Benz patentó el primer coche de motor de combustión interna en 1885; para construir este 206 que se echa al coche que le pongan enfrente.
¡Viva la France! Este ocurrente franchute retomó los conocimientos de Étienne Lenoir, un compatriota suyo que puso sobre ruedas una máquina impulsada por gas de carbón en 1883, y los aplicó a este 206 con todos los adelantos tecnológicos que el tiempo brinda. Los privilegiados que pudieron ver con sus propios ojos este cohete sobre ruedas -nunca mejor dicho-, fueron nuestros colegas galos de Maxi Tuning, que un buen día decidieron comprobar si era cierto lo que declaró Dragotto en el Paris Tuning Show 2005.
Y es que la afirmación es para poner a dudar incluso al más devoto, Tribu, estamos hablando de Q-U-I-NC- E M-I-L caballos de fuerza. En otras palabras, se las arregló para generar la potencia de 15 Bugatti 16.4 Veyron y comprimirla en la cajuela de un Peugeot 206; ¡increíble!
¿Un lindo gatito? A primera vista, esta nave no parece más que un 206 bien tuneado, pues trae un kit aerodinámico Parotech (fascias, faldones y salpicaderas), cofre y cajuela de fibra de carbono, rines TSW de 18”, amortiguadores Koni, frenos AP Racing y vidrios entintados que esconden un interior más pelón que el Bofo Bautista.
Al más puro estilo de los coches de carrera, están los asientos y los instrumentos estrictamente necesarios. Acaso lo único que revela algo de la fiera que hay en esta nave es el enorme escape que sale de la cajuela.
Y es que al abrirla, ¡oh, sorpresa!, no hay espacio pa’ las maletas, sino un enorme tanque, que es el motor de este “gatito”. Pero lo más locochón de esta nave es que, literalmente, anda volando bajo, pues cuando el motor libera Funciona igualito que la que usa tu jefa pa' cocinar frijoles... bueno, casi igual. todo su poder... ¡las ruedas se despegan del piso!

No lo intenten en casa. Pero ha llegado el momento de responder la pregunta que seguramente se vienen haciendo desde que comenzaron a leer esto: ¿cómo lo logra? La cosa es simple: el tanque lleva 100 litros de agua, los cuales calienta con tres grandes resistencias, que generan 380 volts.
Cuando la presión del vapor alcanza los 40 bares, el piloto abre una válvula y el vapor sale con una velocidad de 600 metros/segundo. Esto es un empuje de 3.1 toneladas, equivalentes a unos 15,000 cuacos o la fuerza de un avión caza. ¡Jijo de su...!
Adentro, literalmente quedas aplastado contra el asiento, pues la presión alcanza las 5G (cinco veces la fuerza de gravedad)... y es que algún precio hay que pagar por alcanzar los 343 km/h en sólo 2.5 segundos.
No queremos ni mencionar cuánto tiempo invirtió Pascal en lograr su sueño, solamente diremos, como el slogan de una tarjeta de crédito, que hay cosas en la vida que el dinero no puede comprar. Y una de ellas es hacer de tu coche el más rápido del mundo... aunque sólo sea por cuatro segundos.