*Con la culpa a cuestas, una palabra ha conseguido colarse a todos los documentos e ideas que circulan en el mundo sobre sexualidad. Ambigüedad que sirve para designar todo y nada, para aligerar conciencias y para cargar de estigmas a quienes no siguen las normas sociales y sexuales impuestas.
La promiscuidad sexual es lo que más hiere a Dios. El amor surge del estímulo de una emoción inmaculada, pero la promiscuidad carece completamente de pureza o de verdadera emoción”, escribe Jesús González Losada, vicepresidente de la Federación de Familias para la Paz, organización uruguaya que promueve los “valores familiares”. Otro protector de las “buenas costumbres”, el cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Pontificio Consejo para la Familia, señala a la promiscuidad como uno de los mayores riesgos para contraer el VIH: “La ilusión (del sexo protegido con condón) es tanto o más peligrosa y grave cuanto mayor es la exigencia de que las personas con relaciones sexuales promiscuas no difundan el contagio (ni a la pareja, ni, eventualmente, a la descendencia presente y futura)”. El jerarca no sólo la ataca, sino que la señala como fuente de contagio. el razonamiento es falso: sólo los promiscuos se infectan de VIH.
La idea de pareja formal en la que se puede confiar, a la que se respeta y se le debe fidelidad, es constante entre las y los jóvenes. La seguridad que inspira una relación de noviazgo hace que bajemos la guardia, que los condones vuelvan al cajón y se relajen nuestros temores sobre el VIH y otras infecciones de transmisión sexual. Situación que se complica más al establecerse una relación de matrimonio, como señala Carlos del Río Chiriboga en el libro Situación de las mujeres y el VIH/sida en América Latina: “En el hombre es permitido tener relaciones sexuales fuera del matrimonio, pero casi siempre son clandestinas. Esto conduce, en muchos casos, a una situación en la que se hace muy difícil que la mujer se proteja de la transmisión sexual del VIH”.
Pero ¿qué es la promiscuidad? Es tener muchas parejas sexuales, podrías decir. ¿Pero cuántas son “muchas”?, ¿cien?, ¿diez?, ¿dos? ¿Al mismo tiempo, en un mes o en un año? La carga despectiva de la palabra hace que cuando a alguien se le acusa de “promiscuo” es porque se cree que hay algo mal en su vida sexual; una persona que se asume como “promiscua” lo hace con culpa, por eso se le huye al adjetivo, “el promiscuo siempre será quien ha tenido más parejas que yo”.
Según el diccionario de la Real Academia Española, “promiscuidad” significa “mezcla, confusión” y el adjetivo promiscuo señala a “la persona que mantiene relaciones sexuales con otras varias, así como de su comportamiento, modo de vida, etc.”. Decir “otras varias” implica más de una. Así lo entiende la biología, que fue la primera disciplina en utilizar la palabra para describir a las especies animales donde machos y/o hembras tienen más de una pareja sexual, ya sea durante su periodo de apareamiento o a lo largo de toda su vida.
Para los pastores de la Iglesia Católica, la sexualidad sólo puede concebirse dentro del matrimonio, y como sólo puede haber un matrimonio en la vida, todo el que comparte su sexualidad con más de una persona “cae en la promiscuidad”. La Biblia, sin embargo, nunca menciona la palabra; para librar el detalle, la Iglesia equipara el concepto con “adulterio” (tener relaciones sexuales fuera del matrimonio) y “fornicación” (tener pensamientos impuros o relaciones antes de casarse), otras dos palabras que ponen a temblar por la carga de culpa que tienen.
La catedral y las capillitas
La idea de que la monogamia es la única conducta “buena” es la que hace que el término “promiscuidad” sirva para tachar cualquier comportamiento diferente. “Se ha utilizado como insulto, como un vocablo que estigmatiza a quienes son proclives a tener muchas parejas sexuales. No se refiere a un grupo promiscuo, como en la biología, sino a una conducta individual en la que es posible tener más de una pareja en un mismo periodo de tiempo”, explica Óscar Chávez Lanz, biólogo y sexólogo que preside el Grupo Interdisciplinario de Sexología, en entrevista con Letra S.
Si la monogamia es lo “correcto”, aquel que tiene más de una pareja tiende a sentirse culpable. “Cuando alguien vive una situación que cree indebida la ve con tanto miedo que la niega. Si no es verdad, por lo menos hay que aparentar ser monógamos, no importa tanto mi conducta sino la imagen que tengo ante las demás personas”, asegura Chávez Lanz. Por supuesto el riesgo de contagio se multiplica, pues proponer el uso del condón generaría sospechas incómodas y arruinaría la simulación.
El estigma y sus riesgos
El programa ABC aplicado por el gobierno de George Bush en todas las escuelas de Estados Unidos, consta de tres pasos: Abstinence (abstinencia), Be faithful (sé fiel), Condoms (condones), pero coloca a los preservativos como última opción. Expertos en salud pública consideran que se corre el riesgo de acabar con el avance que se había conseguido con la educación sexual, pues la campaña se centra en el miedo a “ser malo”, en vez de señalar la necesidad de tomar decisiones informadas. Una de las dinámicas del ABC consiste en pasar una flor por todo un grupo de alumnos para que cada uno de ellos le quite un pétalo: cuando alguien mantiene “muchas” relaciones sexuales le sucede lo mismo que a esa flor, queda destruido, incompleto como persona.
La etiqueta de promiscuidad sólo confunde, señala, amenaza. Es estigma que puede generar angustia al que observa tal comportamiento “indeseable” y que propicia conductas de riesgo. “Es mucho mejor insistir en que hay que protegerse en la actividad sexual, sea con quien sea. La declaración de monogamia no es garantía de nada”, enfatiza Chávez Lanz, y considera que las personas que se relacionan con más de una pareja deben ser aceptadas como una opción más, sin condenarlas ni orillarlas a negar sus prácticas: “La honestidad en la forma de relacionarse se ve bloqueada por el hecho de que la monogamia es un valor, es lo esperado. Si seguimos pensando que ser monógamo es bueno y tener muchas parejas es malo, entonces las otras parejas van a estar escondidas y la clandestinidad incrementa los riesgos de contagio de infecciones de transmisión sexual”.
El riesgo de adquirir el VIH no depende de la cantidad de parejas sexuales que se tengan, sino de la manera en que se dan los encuentros sexuales, es decir, si se usa o no un condón de manera correcta. Para prevenir el VIH es importante olvidarse de conceptos cargados de culpa y hablar de “prácticas de riesgo”, tales como la penetración sin condón o el uso de jeringas sin esterilizar; es mucho más claro y específico. Así sabremos cómo protegernos en cada caso.
“Es necesario revalorar que todas las formas de relación son válidas y que todas las personas tienen derecho a tener cuantas parejas quieran. Cuando eso se logre, podremos promover más fácilmente el uso del condón”, remata Chávez Lanz.
* Tomado del suplemento Letra S. Mayo 5, 2005.
2 comentarios:
Jejejeje. Yo te lo dije cuando nos vimos: "Promiscuo es aquel que tiene más sexo que tú" ;) :P
Pues tal parece que esa es la idea que se mantiene en el ideariom popular, aunque en mi concepto, la promiscuidad no existe; excepto cuando me dan mis ataques de moralidad =P
Saludos
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