jueves, diciembre 21, 2006

Homofobia y VIH: dos mounstos que se asocian

A lo largo de los años el término no ha dejado de evolucionar por ampliaciones sucesivas. En 1972, la homofobia se definía como “el miedo a estar con un homosexual en un espacio cerrado”, definición muy restrictiva que quedó rápidamente rebasada en el lenguaje común, como testifica la definición del Pequeño Larousse: “Rechazo de la homosexualidad, hostilidad sistemática hacia los homosexuales”. Ampliando el análisis, Daniel Welzer-Lang ha sugerido una nueva definición. Para él, la homofobia “es, de modo más extenso, la denigración en los hombres de cualidades consideradas femeninas y, en cierta medida, de las cualidades consideradas masculinas en las mujeres”.

La epidemia invisibilizada por la homofobia
Para nadie es un secreto que la epidemia de sida en nuestro país ha diezmado y afectado de manera desproporcionada a la población gay masculina. Sin embargo, pareciera existir un acuerdo general para tratar de invisibilizar esa realidad. Primero imperaron las buenas razones: había que combatir el estigma tan arraigado y extendido entre la población porque falseaba la percepción del problema ("una enfermedad de maricones"), y activaba el odio potencialmente peligroso contra una minoría. Mas tarde se dio por supuesto que la "comunidad" gay estaba más y mejor informada que el resto de la población y que por tanto no era prioritario el trabajo preventivo en dicha comunidad. Luego se institucionalizó la deshomosexualización de la epidemia y se decretó la tendencia creciente hacia la heterosexualización del sida: según los datos, los casos femeninos y de adolescentes se multiplicaban aceleradamente, mientras que el porcentaje de casos homosexuales y bisexuales descendía de manera continua. Presentadas sin una lectura crítica, las cifras epidemiológicas parecen confirmar esa apreciación, sin embargo, la interpretación oficial contiene muchas imprecisiones.

Para empezar, el porcentaje de casos que más se ha incrementado es precisamente el de aquellos en que se desconoce la vía de transmisión; es decir, que no se sabe la forma como se infectaron (en 1994 ese porcentaje alcanzaba al 50 por ciento de los casos acumulados). De los 37,388 casos contabilizados hasta diciembre de 1998, más de 10 mil (29 por ciento) se encontraba en la categoría de no documentados. Según el epidemiólogo José Antonio Izazola, este desconocimiento produce un descenso artificial en el porcentaje de los casos documentados, principalmente en las categorías de hombres homosexuales y bisexuales. Las autoridades epidemiológicas han encontrado una forma de lidiar con este elevado porcentaje de transmisión desconocida: eliminándolo. Para el doctor Izazola, este procedimiento da la impresión errónea de que la epidemia de sida entre hombres con prácticas homosexuales se mantiene estable, cuando en realidad continúa creciendo[1].

De acuerdo con el total de casos de sida acumulados hasta diciembre de 1998, 56.5 por ciento corresponde a las categorías de homo y bisexuales. Pero si tomamos sólo los casos de adultos masculinos esas categorías representan casi las dos terceras partes de los casos (64.8 por ciento). Sin embargo, esas cifras aún se quedan cortas. Algunos epidemiólogos afirman que las prácticas homosexuales son subreportadas. Por tratarse de conductas repudiadas, que no gozan de la aprobación social, muchos hombres callan o niegan sus contactos sexuales con otros hombres. En un estudio coordinado por el ex director del Instituto Nacional de Diagnóstico y Referencia Epidemológica (INDRE), José Luis Valdespino, se encontró, al corregir dicho subreporte, que del total de casos masculinos de sida, 81 por ciento se deben a prácticas homosexuales y sólo 8 por ciento a transmisión heterosexual[2]. La homofobia tan arraigada en nuestra sociedad ha desvirtuado el verdadero perfil de la epidemia.

Pero a pesar de dicho subreporte, las encuestas epidemiológicas dan a los hombres con prácticas homosexuales la tasa de infección más elevada. Las encuestas centinela practicadas, por la Secretaría de Salud (Ssa) arrojan tasas de seroprevalencia del VIH en ese sector de 15 por ciento. Cifra que contrasta con la manejadas por el Banco Mundial (BM) en su reporte sobre la pandemia de sida, donde se da una tasa de infección para homo y bisexuales mexicanos del 32.7 por ciento, 65 veces más alta que la tasa dada para la población general[3].

El mayor de los fracasos epidemiológicos
De las tres maneras en las que se transmite el virus del sida, las autoridades de Salud han tenido éxito en controlar y reducir la epidemia por transmisión sanguínea. En cuanto a la transmisión perinatal o de madre a hijo, se vive la conyuntura histórica de lograr casi su eliminación, porque se cuenta ahora con las herramientas necesarias. Sin embargo, por lo que toca a la epidemia por transmisión sexual, es evidente que las autoridades de Salud han conseguido un sonado fracaso en su intento por detenerla o siquiera menguarla. Ciertamente modificar comportamientos y hábitos sexuales tan arraigados en las personas resulta mucho más complicado que cerrar bancos de sangre privados o proporcionar tratamientos antirretrovirales a las mujeres embarazadas portadoras del virus. Pero aquí el fracaso se debe más a la equivocada política que se ha seguido para enfrentar el problema, que a su complejidad.

La ausencia de políticas y programas preventivos y de atención dirigidos a los sectores y personas con más probabilidades de contraer y transmitir el virus, es decir, a la población gay y en general de hombres que tienen sexo con otros hombres (y que no se identifican a sí mismos como gay, homosexuales o bisexuales) ha facilitado la expansión del virus en esa población y favorecido su traslado a otros sectores sociales. El porcentaje extremadamente bajo de uso de condón en ese sector de la población masculina (5 por ciento), debe anotarse como un fracaso de la política preventiva del gobierno. En nuestro país jamás se logrará controlar la pandemia de sida si no se logra en primerísimo lugar impactar la epidemia por transmisión homosexual. Sin ello la salud de la población en general seguirá siendo afectada.

Por un diagnóstico confiable de la epidemia
Por todo lo expuesto con anterioridad, las cifras presentadas por las autoridades responsables de la vigilancia epidemiológica no son confiables para conocer la magnitud real de la epidemia de sida en la población gay y en general de hombres con prácticas homosexuales. La interpretación y el análisis que se desprende de las cifras es erróneo. Es necesario elaborar un diagnóstico confiable de la situación actual de la epidemia en ese sector de la población que contemple el subreporte de las prácticas sexuales de riesgo entre hombres y que integre de otra manera en el análisis el elevado número de casos no documentados. Ese diagnóstico debe ser complementado con nuevas investigaciones, estudios y encuestas sobre el comportamiento, la percepción del riesgo, la identidad y el uso del condón en la población masculina a la que nos hemos estado refiriendo. Estudios que identifiquen, además, los principales factores que determinan los comportamientos sexuales de riesgo para, a partir de ahí, diseñar modelos de intervención preventiva eficaces. En ese contexto, habría que revisar la conveniencia de promover y poner a disposición de la población gay el acceso gratuito, voluntario y confidencial a la prueba de detección de anticuerpos al VIH, tomando en cuenta las experiencias en las comunidades gay de otros países que han logrado modificar el curso de la curva ascendente de la epidemia, y en donde la mayoría de las personas infectadas sabe que lo está.

Grave crisis de salud en la población gay
Por el fuerte impacto de la epidemia de sida, la población gay mexicana vive su más grave crisis de salud. La Organización Mundial de la Salud (OMS) informa, en un documento de 1998, que en México "posiblemente hasta un 30 por ciento de los hombres que tienen relaciones sexuales entre ellos están infectados por el VIH"4. Resulta reiterativo añadir que las más altas tasas de mortalidad por sida se dan en este grupo de la población, y si contáramos con la información necesaria añadiríamos a lo anterior el descenso del promedio de vida, los costos por la pérdida de vidas productivas, el sufrimiento acumulado, la discriminación y las violaciones a los derechos humanos para tener el cuadro de desastre completo. A pesar de su gravedad, las autoridades de Salud jamás han reconocido esa situación. El gobierno de la república no ha hecho ningún pronunciamiento en favor, ya no digamos del respeto de los derechos de los ciudadanos gay, ni siquiera ha expresado el más leve mensaje de aliento o solidaridad dirigido a la comunidad gay mexicana. Ningún presidente de la república o funcionario público de elevado rango ha tenido el mínimo gesto solidario.

Una política seria, dirigida a enfrentar los estragos de la epidemia en este sector de la población mexicana debe partir del reconocimiento público de esta grave crisis de salud por parte del gobierno mexicano. Sólo de esta manera, el gobierno estaría expresando su firme voluntad política para actuar al mismo tiempo que fijaría como una prioridad la atención a esa población específica.

De cabeza, la estrategia preventiva del gobierno
Las campañas masivas de prevención en los medios han sido la principal estrategia de las autoridades de Salud para detener la expansión del virus del sida. Estas campañas se han dirigido a poblaciones abiertas: adolescentes, padres y madres de familia, jóvenes, mujeres. La mayoría de los esfuerzos y los recursos se han utilizado hasta ahora para prevenir del riesgo de infección a los grandes sectores de la población con las tasas de seroprevalencia más bajas (entre 0.03 y 0.06 por ciento); es decir que están menos expuestos al virus. En contraste, la atención que se ha dado al grupo de la población más expuesto —el de los hombres con prácticas homosexuales—, cuya seroprevalencia o tasa de infección es la más alta (el promedio es de 15 por ciento aunque en algunas entidades, como el DF, llega a más de 30 por ciento), ha sido prácticamente nula. Las intervenciones educativas y las campañas preventivas diseñadas específicamente para este grupo han brillado por su ausencia. El gobierno ha equivocado su estrategia: para desactivar la pandemia de sida en nuestro país, ha colocado los recursos donde se imagina que está localizada la epidemia y no donde realmente se encuentra. Se afirma con insistencia que "todos estamos en riesgo de infectarnos", lo cual técnicamente es correcto, pero lo que no se dice es que no todos corremos el mismo riesgo. Se calcula que para los homosexuales y bisexuales el riesgo de infección es 400 veces más alto que para el resto de la población5. La estrategia preventiva del gobierno está de cabeza.

Para influir exitosamente en el curso de la pandemia en México es preciso en primer lugar enderezar la política estatal: los esfuerzos y las intervenciones deben dirigirse a los grupos de la población donde se está propagando el virus. Organismos internacionales como el mismísimo BM recomiendan, en una situación de recursos limitados, dar prioridad al trabajo preventivo en los grupos con las tasas de infección más elevadas, como el de las trabajadoras sexuales. En Nairobi y otros lugares de Africa y Asia eso ha dado buenos resultados. El propósito es garantizar mayor eficacia preventiva con los recursos existentes. Las campañas informativas en los medios masivos de comunicación son útiles, desde luego, pero son insuficientes y reportan bajos beneficios si no se acompañan de intervenciones educativas directas que involucren a miembros u organizaciones de las mismas comunidades afectadas. Está demostrado que la labor directa en los llamados core groups (grupos donde se concentra la infección) resulta más eficaz que dirigirse a la población dispersa. En México, una de las prioridades del trabajo preventivo debe estar con los hombres con prácticas homosexuales. (Un aspecto que la epidemia de VIH ha revelado es lo extendido de estas prácticas en nuestro país y en América Latina.) Este año, Conasida echó a andar la primera campaña de prevención dirigida a la población gay, coordinada y apoyada por algunas organizaciones de lucha contra el sida. Sin embargo, aunque se trata de un primer loable esfuerzo, esta campaña, elaborada con recursos de Onusida, aún no es la expresión de una política gubernamental estructurada, y corre el riesgo de quedar en un esfuerzo aislado y sin continuidad por la falta de recursos.

Construyendo un entorno social tolerante
Es un hecho ampliamente documentado que la discriminación a individuos o poblaciones incrementa los riesgos de infección por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). En el caso de los homosexuales y bisexuales, esa discriminación social -que adquiere muchas veces rango de persecución- los vuelve muy vulnerables a la epidemia. El rechazo y la desvalorización constante y a todos niveles de la conducta homosexual, empuja a muchos hombres con esa orientación a experimentar su vida sexual en las condiciones más desfavorables para su salud e integridad personal (la clandestinidad, la culpa, el miedo, la amenaza de la violencia, el matrimonio forzado o indeseado, etcétera), que los induce, a su vez, a no tomar precauciones. Esta situación es particularmente dramática para los adolescentes gay que están iniciando su vida sexual. El aislamiento, la ausencia de asideros o posibles apoyos, la baja autoestima, la desconfianza a sí mismos, los expone mayormente al virus. Y aunque conforman el mayor porcentaje de adolescentes infectados, para ellos no hay mensajes ni consejos ni recomendaciones en la campaña más reciente de las autoridades dirigida precisamente a la población adolescente.

En un clima de represión y discriminación resulta muy difícil que prosperen programas de prevención que pretendan modificar hábitos y conductas de riesgo. Por ello es necesario fomentar la creación de atmósferas y entornos sociales favorables a la tolerancia y el respeto a la diferencia a través del apoyo al desarrollo comunitario, de campañas antidiscriminatorias, del fomento a las acciones afirmativas y la creación de un marco jurídico que garantice la no discriminación. A pesar de lo evidente que resulta esa situación, el gobierno no ha hecho nada en esa dirección para modificar el clima social represivo que obstaculiza la labor preventiva. Esa omisión podría repararse en parte con la creación de lugares de encuentro comunitario donde los adolescentes gay puedan relacionarse con sus pares en un ambiente amistoso y de confianza que facilite la comunicación y el intercambio de información entre ellos y con sus propios progenitores. Los adolescentes gay necesitan de los servicios comunitarios para fortalecer su capacidad de tomar decisiones y hacerlas más consistentes.

En un estudio elaborado por la organización Lambda, de Colombia, se encontró que las personas homosexuales aceptadas por su entorno social tenían más probabilidades de protegerse de la infección por VIH que otras que no lo eran (en el primer caso, el uso del condón fue de 73 por ciento; y en el segundo, de 47 por ciento)[6].

Una de las claves del éxito de los programas preventivos dirigidos a grupos específicos de la población es la participación comunitaria. En Brasil, por ejemplo, el gobierno ha integrado a las organizaciones gay a los programas de atención a esa comunidad con muy buenos resultados.

Capacitación contra la homofobia
Una de las acciones que mayormente contribuye a crear un entorno social favorable al trabajo preventivo y de lucha contra la epidemia es el combate a la homofobia (esa enfermedad caracterizada por el odio irracional y exacerbado a las personas con diferente orientación sexual) en las instituciones educativas y de salud, sobre todo aquellas encargadas de atender a las personas afectadas por el sida. En los programas cotidianos de capacitación dirigidos al personal de salud y a los maestros de educación básica debe incluirse el tema de la homofobia y la discriminación por orientación sexual, o realizar talleres de sensibilización sobre esos mismos temas con el fin de disminuir los estragos y las funestas consecuencias que conllevan. Está comprobado que la homofobia y la discriminación institucionalizadas reducen la eficacia de los programas de prevención del sida.

Luego de más de tres lustros de la epidemia del VIH en nuestro país, existe una enorme deuda por saldar con la población más afectada: la población homosexual, a la que, además de negarle derechos ciudadanos, de confinarla a la clandestinidad y al terreno del pecado y del desprestigio social, se le responsabiliza de propagar el virus a otros sectores sociales.
A los gays se les acusa de promiscuidad cuando ni siquiera se les reconoce el derecho de expresar en público el más mínimo gesto de afecto. Es tiempo de abandonar la hipocresía y enfrentar los costos sociales, económicos y de salud causados por la homofobia.


1 José Antonio Izazola, et al. "Transmisión homosexual del VIH/sida en México". Salud Pública de México, volumen 37, núm. 6. Noviembre-diciembre de 1995.
2 José Luis Valdespino, et al. "Epidemiología del VIH/sida en México; de 1983 a marzo de 1995. Ibid.
3 World Bank, 1997. Confronting AIDS. Public Priorities in a Global Epidemic. Oxford University Press.
4 Informe sobre la epidemia mundial de VIH/SIDA. Onusida /OMS. Junio de 1998.
5 Jorge Saavedra. Letra S, salud, sexualidad, sida. Junio 5 de 1998.
(Alejandro Brito. Tomado de Letra S número 35, junio de 1999)
icono de la Jornada Mundial de Lucha contra la Homofobia.

No hay comentarios.: